Los peligros de la novela histórica

Interesantes conversaciones surgen en los talleres de creación literaria. Hace no mucho participé en una mientras hablábamos de enfoques narrativos en la novela histórica. Un autor en ciernes daba su opinión como lector tras la descripción de una escena en la que un legionario arrastraba su espada, esto es, un gladio. Más o menos venía a decir que no podía llamarse espada a un gladio en una novela de romanos porque un gladio, en realidad, no es una espada. De ahí se pasó a los tecnicismos en esgrima, historia militar, evolución y clasificación de las armas blancas…

Otra, aunque no en el contexto de un taller: leyendo La Loba de al-Ándalus, un amigo me señalaba que había usado en el texto el término «linchar». Lo sometía a mi consideración por si quería cambiarlo en futuras ediciones, ya que «linchar» es vocablo que nos llega de una palabra inglesa, lynch, que es muy posterior al siglo XII. Como en el caso anterior, se trata de una cuestión que nos introduce en el purismo. En estas estrechísimas sendas, rodeadas de precipicios, se mueve el autor de novela histórica.

Y se trata solo de dos ejemplos. De estas controversias, a montón. Aunque hay que ser optimista con el alcance real: detalles así pasan desapercibidos la mayor parte de las ocasiones, se convierten en problemas en pocos casos (espero) y, excepcionalmente, hay lectores que no transigen, tuercen el morro y cierran la novela. La excepción a la regla, repito. Pero haberlos, haylos. El problema está en que estos jueces intransigentes son bastante más ruidosos que los demás —que por otra parte carecen de motivos para hacer ruido—.

No pasa igual con la novela negra. Ni con la romántica, ni con el terror, ni con la fantasía. Errores cronológicos, licencias excesivas (o licencias, sin más), gazapos, presentismo, inadecuación del lenguaje… El de la novela histórica constituye el género que probablemente recibe el juicio más duro. El juicio no suele aludir a sus componentes esenciales, que son los novelescos: los que sí se juzgan en el resto de géneros. En histórica no. Las críticas despiadadas no se centran por lo habitual en la evolución de los personajes, el estilo del autor, el ajuste de la trama o la fluidez de los diálogos. Esto —me planteo— puede haber conducido a los autores de histórica, incluso de forma inconsciente, a enfocar sus novelas como singularidades dentro de la narrativa. Cosa parecida a las singularidades en ciencia, como los agujeros negros. En ellos, las leyes de la física no nos sirven. Pues en histórica pasa igual: las leyes de la narrativa se diluyen, tragadas por la oscuridad de, digámoslo claramente, los afanes divulgativos, la rigidez historicista, la pereza o la incapacidad para ficcionar, las exigencias de lectores y reseñistas... Esto último sobre todo, porque no lo olvidemos: los autores suelen ser también lectores. Ah, y si los consumidores más inflexibles de novela histórica obvian lo que de novela tiene y, metidos a inquisidores, juzgan su adecuación histórica en una doble función represiva y preventiva, ¿cómo no va a seguir siendo la ficción histórica un género menor o una forma bastarda de escribir novela?

Ya digo que esto convierte al género en una rareza y dificulta el análisis comparado, pero tal vez podamos encontrar puntos en común fuera de casa. Asomémonos al balcón y espiemos el apartamento del vecino a través de su ventana. Novela fantástica. En concreto, la saga de George R. Martin, Canción de hielo y fuego. Muchos la conocen mejor por el título de la serie, Juego de tronos. Estoy convencido de que gran parte de su éxito se debe al ambiente histórico que rodea a los elementos fantásticos. Aparte del simbolismo o los vínculos directos con episodios puramente históricos como la Guerra de las Dos Rosas o la toma de Constantinopla, los personajes y la trama de la saga nos remiten a relaciones vasalláticas, a pueblos, costumbres y personalidades medievales… A la historia. Tanto es así que, en mi caso, la trama deja de interesarme cuando los elementos fantásticos empiezan a adueñarse de lo que, —vaya, me había olvidado— es una saga fantástica. Pero si vuelvo atrás, veo la gran acogida que ha tenido entre lectores y espectadores que no forman parte del público objetivo de fantasía épica. ¿Juzgarán estos la adecuación de las armaduras, la indumentaria de las damas, los diseños navales o las reglas de las órdenes militares? La respuesta es NO. Canción de hielo y fuego no es en realidad ficción histórica, así que se la exime de todo «delito» histórico. ¿No resulta cada detalle verosímil con el universo que Martin ha creado? Verosímil, sí. No verdadero. VEROSÍMIL.

Dejemos de espiar al vecino y regresemos a la novela histórica. Naturalmente, el lector es soberano. Cada uno lee con una combinación única de expectativas, lo que, traducido, resulta algo así como que para gustos, colores. Mi reproche —si esto lo fuera— iría dirigido a los autores. Escribir novela con el temor de enfrentarse a determinados juicios es, como poco, contraproducente. Supone dejar de lado lo esencial, que es conseguir una BUENA NOVELA. Temo generalizar, pero mi impresión es que cuando la historia resulta un obstáculo para novelar, cuando la verdad resulta un obstáculo para la verosimilitud, el resultado suele ser, en el mejor de los casos, una HISTORIA NOVELADA. En el peor, una MALA NOVELA HISTÓRICA. Y de ahí al menosprecio del género hay un paso que, me temo, se dio hace tiempo.



Comentarios

Publicar un comentario