Reseñas literarias: ¿bendición o maldición?
Aunque empecé con esto de escribir hace unos nueve
años, no fue hasta 2007 cuando me vi sumergido en ese curioso mundo que es la
maraña editorial. Con el tiempo y varias publicaciones, he ido adquiriendo
conciencia, tal vez equivocada, del papel que juega Internet en esto. Me
gustaría hablar en esta ocasión de las reseñas literarias, aunque, y esto debe
quedar bien claro, lo hago DESDE
EL PUNTO DE VISTA DEL AUTOR.
Abro un paréntesis para decir que yo no me puedo
quejar. Mucho no, al menos. Lo cierto es que las reseñas literarias que he
recibido son ciertamente buenas. De todas formas, mi impresión se basa en la
lectura de las reseñas de otras muchas obras, es decir, de las ajenas.
Por un lado no me parece mal, la verdad, que exista la
figura del reseñador, aunque debo añadir que es quizá demasiado abstracta como
para incluir en la categoría a todo el que hace una reseña literaria. Digo que
no me parece mal porque el reseñador ha llegado para, en cierto modo, desbancar
al crítico «profesional». Los oteros olímpicos de la alta literatura siguen
gozando de ese filtro, el de los críticos, pero alguien tenía que ocuparse de
las decenas de miles de obras que quedan fuera de los circuitos de la élite.
Ahora bien, tengo dos preguntas básicas: ¿existe
proporcionalidad entre la categoría de un reseñador y los efectos que sus
reseñas causan? ¿Existe, además, proporcionalidad entre el trabajo de un autor
y el subsiguiente de su reseñador?
Me explico en cuanto a la primera pregunta: a reseñar
se puede meter cualquiera. Hay gente que se diseña un blog y, sin más, empieza
a diseccionar novelas. Hay otros que se integran en «cuerpos» de reseñadores y
se ponen a «trabajar» para páginas literarias, revistas digitales y similares.
En este segundo caso los requerimientos, en principio, parecen limitarse a que
el reseñador sea previamente lector, por supuesto, y a mantener cierto
compromiso de actividad reseñadora.
Y en cuanto a la segunda pregunta: sé que escribir una
novela no es lo mismo hoy que hace cincuenta años. Sin embargo, la labor del
autor —la de un autor que se tome en serio su trabajo, al menos— es larga y, a
veces, exasperante. No parece que, a priori, sea realmente justo que un trabajo
que ha podido durar un par de años se resuelva en una reseña con treinta líneas
de síntesis tras un fin de semana de lectura. ¿O sí?
Haré un nuevo paréntesis para repetir que la cosa me
parece muy lícita. Nadie me entienda mal: cuando uno escribe una novela y la
publica, debe aceptar que puede o no gustar; y todo el mundo adquiere, con el
simple gesto de pagar el importe de la obra en la librería, el derecho de
opinar sobre ella con toda la profundidad que desee. El autor que no acepte
esta cláusula debería limitarse a autopublicar y a repartir sus relatos entre
la familia y los amigos más comprensivos.
Pero es que esto de reseñar, como he dicho, tiene
consecuencias. Puede darse el caso de que yo oiga hablar de una novela, o la
vea en las estanterías de algún centro comercial, y me asome a Internet para
chafardear alguna opinión respecto de la obra. O sea, que si alguien ya la ha
leído, me diga si va a valer la pena o no que me gaste los cuartos. Es más,
reconoceré sin tapujos que en más de una ocasión me he dejado guiar por
reseñas. Aunque todo hay que decirlo: siempre se ha tratado de reseñadores que
conozco y en los que confío plenamente. Y aquí es donde está el «peligro» si no
guardo esas precauciones: una vez me intereso por una obra, yo me asomo a
Internet y busco opiniones; quizá la primera entrada que visite sea la de una
reseña, y tal vez vaya yo y me crea lo que escribe el reseñador. Y cada
reseñador, eso está claro, es de su padre y de su madre. Los habrá más y menos
leídos, y los habrá con conocimientos técnicos en los campos que toque la
novela en cuestión. Los habrá que tengan sus manías respecto de otras manías,
las de los escritores.
Establecidas las posibilidades del escenario,
supongamos que un autor lanza su obra y tiene la suerte/desgracia de ser
reseñado por primera vez, algo que tarde o temprano llegará (de hecho muchos
autores lo buscan de propósito). Sigamos suponiendo que el reseñador que ha
tocado en suerte padece o disfruta de incompatibilidades con algún aspecto de
método del autor, de su estilo, de su forma de afrontar la trama, de su tono,
del tema de la novela… Supongamos, para seguir, que la reseña —que siempre
adolecerá de subjetividad— deja la obra por los suelos o, por el contrario, la
sube a un pedestal. Y esto es Internet,
señores. No se trata de dos amiguetes que comentan el último libro que han
leído mientras se toman un café. Las opiniones que se dan en Internet raramente
se contrastan; muchísimo menos se contrasta la fuente. Y vuelan enseguida. Se
distribuyen por la red mediante enlaces en otros blogs y webs y ahora también
por las redes sociales, a veces en progresión geométrica. De pronto, la labor
de meses o años de un autor ha sido enjuiciada, absuelta o condenada en un par
de párrafos que se distribuyen a miles de kilómetros en tiempo real.
Pero volvamos un momento atrás, al «origen» del
reseñador. No quiero suponer, porque esto se limitará a casos puntuales, que el
reseñador tenga algo personal contra o a favor del autor. Sí me gustaría
referirme a la preparación del reseñador para el trabajo y a sus propias
circunstancias. Hace poco se dio cuenta de un pequeño escándalo en el mundillo
al descubrir servicios “profesionales” de reseña. Es decir, que hay reseñadores
que cobran por reseñar, ya del autor, ya de la editorial. Y quien paga exige,
claro, más allá de la mera existencia de la reseña. Las vinculaciones entre
reseñadores y editoriales pueden vestirse de otros colores. Desde la
relación directa —laboral, de amistad, etc.— entre unos y otros hasta del deseo del reseñador de seguir
recibiendo libros —gratis, of course—
de parte de la editorial de marras. Don’t bite the hand
that feeds you, decía una canción de Ratt.
Tampoco nos obsesionemos con esto. Partamos de la base
de la buena fe y admirémonos del papel que juega, pues, el crítico o reseñador
en el mundo editorial y hasta en el literario. ¿O es que alguien había dado por
sentada su normalización? Yo no. Yo me sorprendo, sí, porque veo una enorme
contradicción. La crítica literaria representa un extraño caso de «institución»
que, pese a sus continuos y rematados errores, conserva sus aires de
infalibilidad. Obras de la talla de Ana
Karenina, Rimas y Leyendas, Hamlet, Madame Bovary… fueron despreciadas por
la crítica en su momento. Un momento en el que no había Internet, porque de
otra forma, a lo mejor habría cantado otro gallo y hoy seguirían siendo obras
«sin ideas», «vulgares y bárbaras», «pésimas» y algunas otras de las lindezas
literales con las que fueron machacadas.
Eso nos lleva a la preparación del crítico o
reseñador. Las meteduras de pata de las que acabo de hablar vienen de críticos
con todas las letras. De esos estudiados, vamos. Vengamos ahora al presente,
cuando pegas una patada a una piedra y saltan diez escritores y quince
reseñadores, y preguntémonos: ¿es mejor reseñador quien también escribe, o
basta con ser buen lector? ¿Es incluso posible que los escritores no sean
buenos reseñadores? ¿Quién es buen lector, y quién lo es malo? Haber hecho
cincuenta reseñas ¿autoriza más a un reseñador? ¿O acaso su nivel depende del
número de lectores que tiene la página/blog/revista en la que publica sus
reseñas? ¿Debería cualquier reseñador empezar sus reseñas con una relación de
sus «méritos literarios» para justificar la validez de su opinión? ¿Realmente
afecta tanto a una novela que disponga de reseñas, sean estas buenas o malas?
¿Afecta una reseña de igual modo a una obra de Pérez-Reverte, verbigracia, y a
otra de un autor novel y desconocido?
Bueno, dejo ya esta reflexión probablemente absurda y,
como siempre, bastante rollera. Igual otro día sigo con los foros literarios,
que a esos hay que echarles de comer aparte, je, je…
¿Es por ser reseñadora (jejeje...) que no me has incluido mi blog La hora azul en tu listado de blogs interesantes o amigos? ¿O quizá porque no sólo reseño novela histórica sino de toda clase? Bueno, cabe la posibilidad que no te guste mi modo de reseñar....me parece difícil, pero no imposible, jajajaja! Te veo un poquito picajoso con los reseñadores. Creo que, como en todo, hay clases y no todos somos iguales, afortunadamente. Yo he leído reseñas que son para echarse a llorar...no por el libro, sino por lo mal escritas que están. Cualquiera que abra un blog, efectivamente, se siente con justificación para escribir reseñas, y, aunque libré es cualquiera de hacerlo, no todos lo hacen bien.
ResponderEliminarTambién es libre todo el mundo de pintar o de escribir....y lo hace mucha gente, desde luego, España no será un país de pensadores, pero si de artistas y literatos. Pero, aunque uno se llame a sí mismo pintor o escritor...¿realmente es un buen pintor o un buen escritor? Convendrás conmigo en que hay niveles. Pues igualmente ocurre con las reseñas. ¿Son necesarias las reseñas? Pues hombre, yo considero que una buena reseña puede llegar incluso a ser una buena pieza literaria, ...y también un bodrio cuya lectura no sólo estropee la lectura del libro al que reseña, sino que le quite a uno las ganas de leer. Por eso se impone una selección, no leer lo primero que te pasa por delante, buscar personas que hayan demostrado con sus textos que son fiables, que no "están vendidos" que no tratan de engañar o que no se enteran de lo que leen, ...que esa es otra. Y no digo más, porque en general, estoy de acuerdo contigo.
ResponderEliminarTengo que actualizar el blog. Como ves, lo tengo polvoriento y algo abandonado.
ResponderEliminarPor lo que dices, haría falta que hubiera reseñas de reseñas, y supongo que eso nos llevaría a que alguien reseñara las reseñas de las reseñas. No creo que una reseña pueda ser jamás una obra literaria por muy bien escrita que esté: una cosa es crear, y cosa bien distinta es opinar sobre lo que ha creado otro. Pero no estoy picajoso con los reseñadores. Como he puesto por ahí arriba, mi experiencia con ellos no es mala. Lo que ocurre es que la opinión de un reseñador no tiene para mí más (ni menos) valor que la de cualquier otro lector. Lo que me parece injusto (para lo bueno y para lo malo) es la relevancia que puede adquirir dicha opinión, especialmente cuando la comparo con el trabajo del autor y, sobre todo, cuando esa opinión está revestida de un halo de superioridad.