Los peligros de la novela histórica (III)
Tras
advertir esos peligros de la novela histórica que convierten el género en
objeto de desprecio, no queda más que concluir que el motivo reside,
precisamente, en considerarla un género.
La
trampa se destapa en cuanto intentamos delimitar el concepto. Discutiremos
sobre el tiempo que ha de pasar para que un contexto entre en la categoría de
históricamente novelable, o trataremos de dictar normas que, mediante el
equilibrio entre historia y ficción, identifiquen a una novela histórica. Da
igual. Hagamos lo que hagamos para «legislar» sobre el género, no encontraremos
más que discrepancia, teorías de todos los gustos y una solución de compromiso
al afirmar que existe un tipo distinto de novela histórica para cada lector.
Y es
que no se pueden poner límites a una contradicción, porque novela e historia
son términos que chocan. De su unión solo puede surgir el caos. Un caos
creativo, vale, pero caos al fin y al cabo. Así pues, la definición solo vale
para clasificar libros en estanterías y para orientar a los lectores. La
expresión «novela histórica» es una herramienta que salió rana, ya que de su
mera misión funcional pasó a tomar las riendas y a INVENTAR un género. Porque
una novela histórica, incluso mala, es siempre algo más. Una biografía
novelada, un ensayo divulgativo encubierto, un thriller esotérico, una novela
romántica, policíaca, de aventuras, erótica…
Desde
niño recuerdo un hito en la Nacional 211, clavado donde se unen las comunidades
de Castilla-La Mancha y Aragón. Indica al conductor que acaba de entrar en la
provincia de Teruel. La señal conserva ese halo romántico de azulejos
desconchados, con el escudo provincial y el añadido posterior de la estrella de
ocho puntas —símbolo antiguo, lobero y andalusí donde los haya—. Pero no nos
engañemos: el hito no es en sí la provincia de Teruel, sino un simple indicador
para saber dónde estamos. Lo cierto es que si lo sustituyeran por otro que rezara
«estado de Oklahoma», no se produciría ningún cambio significativo en la
geografía. Las montañas, los ríos, los valles, los castillos, los campos… no se
moverían. Tampoco habría transformaciones en la historia, ni en los caracteres
de los turolenses, ni en los diecitantos grados bajo cero que caen sobre el
hito en las madrugadas invernales. Al final resulta que la novela histórica tampoco
existe más que como convención. Como etiqueta. Solo queda que nos convenzamos
de ello, que los carteles de estantería se bajen de la burra y que se disuelvan
las comisiones puritanas. Seguro que salimos ganando.
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