Yo no toqué la teta de Julieta
La pobre Julieta en el jardín de su casa. Verona |
—Tienes que tocarle la teta a Julieta.
No una
teta, no. Ni las dos. La teta. Estaba claro cuál de ellas. Por eso, aquella
tarde veronesa, nadie en la cola preguntaba qué teta era la que había que
tocar. Simplemente, cuando a cada uno le llegaba el turno, sometía a la pobre
estatua al tradicional e impúdico sobe, y siempre acertaba.
Se sabe
cuál es la teta en cuestión porque está desgastada tras miles, cientos de
miles, seguramente millones de magreos in the name of love. La tradición
turística, claro. Además, se supone que acariciar el breve y redondo seno te
traerá suerte en el amor.
—No —dije.
—¿Cómo que
no? Tienes que tocársela.
Y sí que se la
tocaban, sí. Hombres y mujeres. Se hacían fotos con la teta en la mano y
todo.
—Que no le toco la
teta.
—¿Pero por qué?
—Pues por respeto a
Julieta, claro. Y a Romeo, ya que estamos.
Cartas a Julieta. Casa de Julieta, Verona |
Y no me digáis que Romeo no existió. Y tampoco
Julieta. Que se trata de una ficción. El invento de un inglés, o su adaptación.
Lo que sea. Me da igual, porque solo hay que mirar tras esa estatua para ver lo
ficticia que es Julieta. Las cartas que le escriben a ella, a Julieta, se
amontonan en la pared. Más tradición, o más superstición. Total, ¿para qué? Si
al fin y al cabo, ni Romeo ni Julieta existieron.
Hace un tiempo leí algo genial. Lo había
escrito un amigo, Eduardo Segura, y decía tal que así:
«La modernidad ha heredado una noción falseada
de la fantasía, como capacidad de la imaginación meramente aleatoria —como
simple combinación de imágenes sin su correspondiente “real” en el mundo
sensible—, de suerte que el resultado artístico de esa potencia interior no es
objeto de conocimiento verdadero (epistéme), sino tan solo, y en el mejor de
los casos, entretenimiento en el sentido peyorativo»*.
Otras veces he hablado de la capacidad de
ficcionar del autor de novela histórica, y también de las consecuencias de
hacerlo**. Nunca habrá suficiente de esa reivindicación, porque lo cierto es
que muchos críticos se empeñan en juzgar el género según el rasero de «su»
realidad. Que es la realidad histórica, se entiende. No comprenden, porque ni
siquiera se han parado a pensarlo, que toda ficción literaria se convierte en
realidad. Y que esa realidad lo es en sí misma, y no dependiendo de los hechos
históricos que algunos lectores deseen ver reflejados en ella. Cuando un lector
de ensayos históricos se engaña y pretende encontrar en la novela histórica lo
que debería buscar en otro sitio, choca contra esa pared transparente que para
él es opaca o, como mucho, traslúcida. Se llama ficción literaria, y a través
de ella también se ve la realidad. Si uno quiere, claro. Porque no hay peor
ciego que el que no quiere ver.
En la raíz griega de la palabra phantasía están todas las respuestas. La ohantasía consiste en esencia en hacer visible lo invisible, lo que sugiere toda una poética literaria (véase On fairy stories, de J.R.R. Tolkien, ensayo al que probablemente reconducen las palabras que cita en el texto). El canon de la novela histórica actual parece impulsar hacia otros territorios y limitar a hacer visible lo que ya está. Tiene su mérito seguramente, el mismo que hacer una tesis doctoral sin la criba del rigor absoluto que exige un trabajo que ha de ser presentado a un Tribunal. Si al trabajo se le reviste de forma más o menos literaria, un poco de acción, romance, misterio, su introducción, su nudito, y su desenlance, etc, podemos llamar al resultado novela y no ensayo, del mismo modo que podemos aceptar pulpo como animal de compañía. Cada editor y cada lector, y por supuesto cada escritor, es libre de elegir en qué quiere invertir su tiempo y su dinero, como cada uno es libre de tocar o no la teta de Julieta o la nalga de Romeo en su caso, o la nariz de Pinocho para buscar su paraíso (quizás sin teta no lo hay, quién sabe). Otra cosa es si hablamos realmente de novela o de algo que parece novela y resulta que no lo es. ¡Qué sorpresa! Porque a la novela le sobra cualquier adjetivo. Ni es histórica, ni es romántica, ni es negra, ni amarilla ni verde. Es una forma de narrar una historia que hace visible lo invisible y que trae palabras de otro tiempo y lugar a quienes tienen la voluntad, y también la necesidad, de querer escucharlas.
ResponderEliminarPues estoy de acuerdo en todo y me parece muy bien expuesto. Bravo.
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