Excesos y defectos
Son varias las ocasiones en las que he vivido la escena. Alguien toma la novela entre sus manos, la sopesa, arruga la nariz, finge que se le cae pero la recoge al vuelo, risita floja, curl de bíceps... «Podrías escribir libros más cortos, ¿eh?», dice.
Otras cosas que he oído: «No es necesario escribir mil páginas para crear una buena novela». Y es cierto. Aunque también lo es que la única cosa mejor que un bombón son dos bombones. Bueno, los hay que se empachan enseguida, qué le vamos a hacer. También hay gente que se come las fresas sin nata, aunque no pretenda que todo el mundo haga lo mismo.
¿Más? He hablado con gente que leía a un nivel. A dos. Que no llegaba al tercero. Y claro, todo lo correspondiente a dicho nivel le sobraba. ¿Para qué hablar de simbolismos, paralelismos, profundidades psicológicas o introspección? Ejemplo sencillo aplicable a la ficción histórica: cuando pregunto de qué va Braveheart, la mayor parte de la gente contesta que va de las guerras de independencia escocesas. Algunos pocos dicen que va de una venganza. Y casi nadie suele responder que Braveheart va de la libertad. Y para entrenernos con guerras medievales no se usan los mismos argumentos que para hablar de la venganza o para reflexionar sobre la libertad. ¿Me explico?
¿Más cosas que he oído? Una vez alguien me preguntó por qué las novelas históricas son tan largas. Sospechaba de un requerimiento editorial estándar. Me mostró varios ejemplos de obras que se acercan o incluso superan las mil páginas. Lo cierto es que las hay, sí. Pero también las hay de seiscientas, de trescientas... De menos aún. Hay relatos históricos, vaya. Y microrrelatos.
Otras cosas que he oído: «No es necesario escribir mil páginas para crear una buena novela». Y es cierto. Aunque también lo es que la única cosa mejor que un bombón son dos bombones. Bueno, los hay que se empachan enseguida, qué le vamos a hacer. También hay gente que se come las fresas sin nata, aunque no pretenda que todo el mundo haga lo mismo.
¿Más? He hablado con gente que leía a un nivel. A dos. Que no llegaba al tercero. Y claro, todo lo correspondiente a dicho nivel le sobraba. ¿Para qué hablar de simbolismos, paralelismos, profundidades psicológicas o introspección? Ejemplo sencillo aplicable a la ficción histórica: cuando pregunto de qué va Braveheart, la mayor parte de la gente contesta que va de las guerras de independencia escocesas. Algunos pocos dicen que va de una venganza. Y casi nadie suele responder que Braveheart va de la libertad. Y para entrenernos con guerras medievales no se usan los mismos argumentos que para hablar de la venganza o para reflexionar sobre la libertad. ¿Me explico?
¿Más cosas que he oído? Una vez alguien me preguntó por qué las novelas históricas son tan largas. Sospechaba de un requerimiento editorial estándar. Me mostró varios ejemplos de obras que se acercan o incluso superan las mil páginas. Lo cierto es que las hay, sí. Pero también las hay de seiscientas, de trescientas... De menos aún. Hay relatos históricos, vaya. Y microrrelatos.
No existe un arquetipo. Hay novelas que miden y pesan lo justo, las hay sobrealimentadas, las hay escuálidas. Hay trilogías que suman 2.400 páginas y no dan respiro en ningún sentido. Hay obras de doscientas a las que les sobran cien o más. Esto no es una cuestión matemática. Es otra cosa. Y, cuando se hace bien, no depende solo de lo que uno quiera contar, sino de lo que muchos van a leer. Ahí cada lector es muy suyo: algunos sacan dos, tres o más lecturas de un mismo texto y, cuando lo acaban, descubren que habrían disfrutado de otras cien o doscientas páginas de esa historia maravillosa; otros, ante la misma novela, solo ven relleno grandilocuente. Qué le vamos a hacer: la serie de fogonazos en el Aces high de Iron Maiden puede dejarte tan a gusto como la singladura de casi un cuarto de hora, con sus cambios de ritmo y de rumbo, del The rime of the ancient mariner. Lo que provoca mi indiferencia —esto que conste— son las cuatro notas musicales que me notifican la llegada de un whatsapp. Y mira que el aviso cumple su función, ¿eh? Habrá que ver para qué sirve la ficción literaria: si para dar avisos de medio segundo o para provocar placer estético. Pues eso: que hay momentos para recrearse en los preliminares y otros para ir directo al empotramiento. Y, en fin, casi no voy a entrar en la cocina moderna, con esos platacos trapezoidales en cuyo centro se adivina un mancha de caramelo líquido deconstruido. A mí dame una buena paella, o haz como los asturianos y déjame en la mesa la cazuela con las fabes; el kiko adornado con medio electrón de perejil, mejor cómetelo tú.
Tampoco tengo claras las presuntas implicaciones editoriales. Es verdad que existe el best seller de playa, ese que lee la gente que no lee. La gente que, contra lo que muchos grandes lectores piensan, son los que realmente sustentan el negocio porque, por desgracia, son mayoría. Hablo del consumidor que compra dos libros al año en el Carrefour, uno la semana antes de irse de vacaciones y otro para regalar en Navidad al cuñado friki. Para ciertos de esos «lectores» puede valer el argumento: ya que te pones, pues que te dure el libro todo el mes que vas a pasar en Benidorm, ¿no? Otras veces no cuela porque la gente que no lee, en realidad, huye de los tochos; y también huyen de ellos muchos de los que leen con cierta regularidad. Comprobado. Nada: las implicaciones editoriales tienen más que ver con la potencia empresarial, las promociones hinchadas, las redes de contactos y la capacidad de meter expositores en los escaparates. El mundo editorial es una colección de burbujas gaseosas, unas gordísimas y otras diminutas. Pero el tamaño de esas burbujas no está directamente relacionado con el grosor de las obras que contienen. De hecho, las editoriales saben que un libro medio (alrededor de trescientas o cuatrocientas páginas) se vende siempre mejor que una novela masiva y posee una relación más atractiva entre coste y beneficio.
Ya lo he dicho antes: hay novelas que pesan lo justo. Y lo justo puede darse en mil o en cincuenta páginas porque cada historia necesita su extensión. Ni un gramo de papel más, pero tampoco uno menos. Pensar que la longitud de una novela está reñida con la sencillez supone afirmar que no puede darse lo excesivo en un relato corto. No es cierto: he leído opúsculos de cuatro páginas que eran mejores cuando su autor no los había escrito. También es un error establecer una relación directa y exclusiva entre el volumen de la novela y la pompa. ¿O acaso no se puede alardear de sencillez? Ah, la vanidad. Hay autores pedantes que vuelcan todos sus conocimientos y desbordan la trama porque, más que contar una historia, necesitan que el lector admire su enciclopédico saber o su extenso vocabulario. Pero otros, no menos dados al alarde, quieren que se aplauda su habilidad para comprimir la riqueza expresiva. Así, pierden con su vanidad lo que habían ganado con su sencillez. Porque alardear de lo mucho que transmite uno con lo poco que escribe es como desengancharse de la heroína y celebrarlo con un pico de gramo y medio.
Hola Sebas, todo depende..Es verdad que a veces me "acojono" con el peso del algunos libros, pero luego es empezar a leerlos y devorarlos en una semana. Sin embargo con otros "ligeros" se te atragantan en las primeras hojas y se tardan meses en acabar. Así que en mi opinión, es más la forma de estar escritos que el peso. Y ya se sabe, para gustos, los colores :)
ResponderEliminarSaludos!