LA RECONQUISTA. SER O NO SER
LA RECONQUISTA, SER O
NO SER
Desde
hace tiempo veo la controversia que gira alrededor de una palabra. Reconquista.
Raro es que, en cuanto aparece en una conversación, no levante alguien el dedo.
—Ese es
un término erróneo —puede decir.
—La mal
llamada Reconquista —suelen apostillar algunos.
—La
Reconquista no existió —aseguran otros.
A
continuación te lo explican. No se puede reconquistar lo que no fue
conquistado, es una de las razones. O sí se puede, pero si no lo hacen los
mismos que lo perdieron, ¿cómo vas a llamarlo reconquista? O no vale decirlo,
porque es una palabra de nuevo cuño, desconocida durante el periodo al que se
alude con ella. O sea, que los argumentos que se esgrimen pueden ser
conceptuales o terminológicos. Existe además una causa que no tarda en aparecer
directa o indirectamente. Reconquista es una palabra que recuerda demasiado a
una época oscura. Al Franquismo, vamos. Seguir usándola sería darle la razón. A
Franco, digo.
Me he
propuesto poner por escrito por qué estos argumentos, juntos o por separado, me
parecen incorrectos. No pretendo convencer a nadie porque, en temas como este, no
se puede convencer a quien no quiere ser convencido, y porque me declaro
incapaz de superar barreras que, aunque ajenas al asunto, lo condicionan
demasiado. Lo que busco es reunir en un solo lugar todos esos pensamientos,
esas contraargumentaciones que me vienen a la cabeza cuando alguien levanta el
dedo del que hablaba antes. Es muy posible que a continuación escriba alguna
salvajada o cite algo incorrectamente. Al fin y al cabo, no soy historiador, ni
filólogo, ni politólogo, ni filósofo. Pero tengo muy poca vergüenza.
Así que
allá voy.
1.- EL
TÉRMINO «RECONQUISTA»
Atendamos
al lío terminológico en primer lugar. ¿Es correcto usar el término
«Reconquista»?
Si
consultamos el diccionario de la Real Academia Española, veremos que
«reconquista» tiene dos acepciones. En la primera, escrita con minúscula inicial, es la
«acción y efecto de reconquistar». Si aplicamos esto a lo que solemos llamar
Reconquista (con mayúscula), nos solemos encontrar con dos de los argumentos recurrentes en
contra:
1) No
se puede reconquistar lo que nunca fue conquistado, y
2) Si
los que lo conquistan de nuevo no son los mismos que los que lo perdieron, no
se le puede llamar reconquista.
Bueno,
esta acepción viene en blanco y es redundante: la reconquista es la acción y
efecto de reconquistar. así que no nos queda más remedio que volver a tirar de
RAE y buscar el significado de «reconquistar». ¿Y qué encontramos? Pues esto:
1.
Conquistar una plaza, provincia o reino que se había perdido.
2.
Recuperar la opinión, el afecto, la hacienda, etc.
Es
evidente que nos movemos en el campo de la acepción primera, así que
prescindamos de la segunda. Y vemos que la única exigencia previa en cuanto a
lo que reconquistamos es que la plaza, provincia o reino en cuestión se haya
perdido. Una plaza, provincia o reino se puede perder de varias formas. Por
conquista violenta, por ejemplo. O por pacto, mediante una entrega mutuamente
aceptada. Por enajenación. O simplemente por descuido. Si el reino en cuestión
fue conquistado, puede ser reconquistado. Si fue entregado de buena fe,
también. Y atención, porque la RAE dice «conquistar una plaza, provincia o
reino que se había perdido», sin hacer alusión a quién lo perdió. Si la
redacción fuera esta: «Conquistar una plaza, provincia o reino por quien la
haya perdido», la RAE nos estaría obligando a que existiera identidad personal
entre quien perdió y quien reconquistó. Así que si algo se perdió, algo puedo
reconquistar, haya sido yo el perdedor previo o no. Según esa primera
acepción de «reconquista», la que va con minúscula, podemos aplicarla a la
ganancia de cualquier reino o plaza con tal de que antes alguien la hubiera
perdido.
Puede
que este último argumento no convenza. Tal vez en la RAE no se dieron cuenta
del detalle, dirán algunos. Si me pongo a pensarlo, imagino que la Península
Ibérica podría haber sido conquistada por Inglaterra en el siglo XV,
arrebatando Granada a los nazaríes. ¿Lo llamaríamos entonces «Reconquista», a
pesar de que se cumple la primera acepción de la RAE?
Para
pulir este escollo, dejémonos de minucias y vayamos a la segunda acepción, la
que obligatoriamente hemos de escribir con mayúscula.
«F. por
antonom. Recuperación del territorio hispano invadido por los musulmanes en 711
d. C., que termina con la toma de Granada en 1492».
Eso dice el diccionario RAE. Que
sabemos que no inventa, sino que fija y da esplendor. Esto quiere decir que la
Reconquista —con mayúscula— lo es por antonomasia, y porque así la hemos
percibido los hispanohablantes durante el tiempo suficiente como para que la
acepción quede fijada. Es una acepción lingüísticamente indiscutible per se,
que tumba todos los argumentos posibles en contra del término. Pero no nos
engañemos. Por un lado, la caída en desuso, aconsejada por no pocos detractores
de la Reconquista, podría llevar a la eliminación de esta segunda acepción por
el mismo motivo por el que se consagró. No olvidemos que últimamente es la
lengua la que construye realidades, y no al contrario, como ha ocurrido durante
milenios en todo el mundo. Un ejemplo. De pronto, en algún momento del pasado,
un tipo occidental ve un bicho africano, grande y voluminoso, con una bocaza
tremenda, que a pesar de ser mamífero y tener cuatro patas, vive feliz en el
agua dulce. Como el animal tiene el tamaño de un caballo y frecuenta los ríos,
el tipo en cuestión lo bautiza como hipopótamo, que tirando de raíz griega
significa «caballo de río». El término recibe aceptación popular, se consolida,
y entonces el diccionario de la RAE, tras reconocer su origen griego y pasando
por el latín, nos dice que un hipopótamo es un mamífero artiodáctilo, de piel
gruesa, negruzca, etc.
etc., que vive en los grandes ríos de África.
Y podría ocurrir lo siguiente. Que alguien, indignado con el nombre tan
impropio que ha recibido el bicho, nos explique que no se trata de un caballo.
Ya, ya: son siglos de uso de la palabra sin que a nadie le haya supuesto un trauma.
Pero es que se trata de una expresión falsa de raíz y me ofende. Así que
cambiemos el término. Y hagamos lo mismo con el diente de león, claro. Y con el
pez espada. Vale, ya paro.
Volviendo
a la Reconquista, no son pocos los que argumentan que el mecanismo mediante el
que se ha consagrado el término no responde solo a la comodidad, a la lógica o
a la economía del lenguaje. El término «Reconquista», dicen, es ladino, falaz, suciamente
interesado, o no se corresponde con la realidad histórica. O todo eso a la vez.
Así que sí: su uso está «oficialmente» bendecido por las autoridades
lingüísticas, pero eso no quita para que sea falso o malintencionado. Así que sigamos
en eso: el uso del término. Sin entrar todavía en el concepto.
Sus
detractores suelen argüir que se habla de «Reconquista» para definir un hecho o
un periodo pretérito, pero que, aparte de esa definición, lo que se busca con
el término es una justificación de uso mucho más moderno. En concreto, se aduce
que la palabra se inventa durante el proceso de construcción nacional, con lo
que queda convertida no en una forma de comprender la realidad, sino de
argumentar una ideología. Hay una variante que nos dice que «Reconquista» es un
término que se usa y del que se abusa por el Franquismo, con lo que resulta una
especie de identificación entre ambos. Independientemente de la simpatía o
antipatía que se tenga hacia el romanticismo decimonónico o hacia el Franquismo,
se concluye que «Reconquista» es un constructo instrumental. Sorprendentemente —en
realidad no, no sorprende en absoluto—, los detractores de «Reconquista» suelen
ser también quienes argumentan lo impropio de otras expresiones que tienden a relacionar con aquella, como «nación», «estado» e incluso
«España». Sea como sea, existe cierta frecuencia que apunta a que las razones
se inclinan más hacia lo político o ideológico que hacia lo lingüístico. Y sigo
sin acudir a la historia propiamente dicha.
Veamos
cuándo surge el término, o al menos cuáles son los momentos de los que queda constancia.
LA CREACIÓN DEL TÉRMINO «RECONQUISTA»
En su
trabajo De la Restauración a la
Reconquista: la construcción de un mito nacional (una revisión historiográfica.
Siglos XVI-XIX), Martín Ríos Saloma analiza la evolución del término y da
cuenta de sus vestigios. Parece ser que la primera aparición de la idea data de 1574, poco más de un siglo después
de que la Edad Media terminara según la tradición historiográfica. Es
Ambrosio de Morales, en su Viaje a los
reinos de León y Galicia y principado de Asturias, quien habla de «la
restauración de España, y de la antigua gloria de los godos», y de «Alzarse
contra los alárabes, y dar principio a recobrar España». A continuación llegan
Cristóbal de Mesa con La restauración de
España, de 1607, y Fray Juan de Villaseñor con su Historia general de la restauración de España por el santo rey
Pelayo..., de 1684.
Hasta
finales del siglo XVII, pues, se habla sobre todo de «Restauración». No es el
único término usado para ese fin: el marqués de Mondéjar, en su Examen chronologico del año en que entraron
los moros en España y en sus Advertencias
a la historia del padre Mariana, de finales del siglo XVIII, habla de cómo
don Pelayo «Empezó a restablecer aquella Monarquía, extinta de los Godos». Juan
de Ferreras, en su Synopsis histórico
cronológica de España, publicada en 1726, dice que «Los primeros reyes, que
después de inundada nuestra España y dominada casi del todo de las armas de los
califas de Damasco, empezaron a liberarla del pesado yugo mahometano», y nombra
«El dominio del primer restaurador de las ruinas del imperio gótico don
Pelayo». Vuelve a usar el término «restaurar», así como «recobrar», para
referirse a las ciudades y territorios ganados previamente por los mahometanos.
En 1780 será Joseph Manuel Martín quien escriba una obra titulada Historia verdadera de la pérdida y
restauración de España por don Pelayo y don García Jiménez de Aragón. Y
Juan Francisco Masdeu habla de Pelayo como «Restaurador de la libertad de los
españoles».
Es José
Ortiz y Sanz (Compendio cronológico de la
historia de España), hacia 1796, quien parece abandonar la «restauración»
para hablar de «recuperación». En concreto: «Y por último, de estos a los
árabes; de cuyo poder la recobraron poco a poco sus legítimos dueños a costa de
millones de vida. Obra por cierto prodigiosa que completaron nuestros abuelos,
acaudillados por los Reyes Católicos». Atención, porque es precisamente en este trabajo, en su tomo segundo, cuando aparece la primera mención documentada de
«Reconquista»: «Pues la desesperación, la pena de ver la patria perdida, y
sobre todo, la Religión y los favores del cielo, los animó a pensar no sólo en
defenderse, sino también en reconquistar la patria de mano del enemigo».
Con lo
que Ríos Saloma atestigua que el término aparece a finales del siglo XVIII en
la historiografía, evolucionado desde dos siglos antes (restauración,
recuperación). Es decir, que los románticos y nacionalistas se lo encontrarían
ya «inventado». Otra cosa sería que estos lo dotaran de nuevo sentido. Se
habla, desde luego, del nacionalismo global, el que sirve para construir las
naciones modernas en la primera mitad del siglo XIX, «Basadas en nuevos pilares
como los conceptos de "patria", "nación" y
"Estado-nación"». De esta forma, «Pelayo, la batalla de Covadonga y la
lucha contra los musulmanes se convirtieron, una vez más, en los elementos
sobre los que se sustentó la creación de la moderna identidad colectiva
española». Es curioso esto que dice Ríos Saloma: «Una vez más». ¿Acaso había
ocurrido antes? Desde luego que sí. En la mismísima Edad Media. Pero ya lo
veremos después —con lo que caerá por tierra esa teoría de que la Reconquista
es un invento moderno, achacable al nacionalismo decimonónico o a Franco—. Otra
cosa curiosa que dice Ríos-Saloma es que «En la construcción de esa identidad
colectiva no sólo participaron historiadores —que en muy pocos casos fueron
sólo historiadores— sino también literatos de mayor o menor renombre».
Considero esto importante porque entre los detractores actuales de la
Reconquista hay no pocos historiadores empeñados en acotar el asunto dentro de
su campo, de modo que cualquier referencia histórica precise de la bendición
historiográfica para funcionar. Como si gran parte de nuestras convenciones no
fueran literarias e incluso míticas. Que tanto les da, porque entonces
proceden a «desmitificar» lo que haga falta para que prevalezca la
historiografía. Siempre ha habido clases.
Pero me
estoy adelantando. Así que, para cerrar este epígrafe, volvamos al mero
análisis terminológico y refirámonos a Modesto Lafuente, autor de la Historia de España desde los tiempos más
remotos hasta nuestros días. En su primer volumen, aparecido en 1850, se
hallan varias menciones de la Reconquista. Podemos concluir así que es a
mediados del siglo XIX cuando se consolida un término que aparece a finales del XVIII.
DEMONIZACIÓN DE LA RECONQUISTA
En
plena Guerra Civil Española, el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM)
publicaba una revista llamada La batalla.
Por aquel entonces, la enemistad entre el POUM y el Partido Comunista de España
era más que notoria, y contribuía —junto con la labor de pico y pala de
anarquistas y de nacionalistas catalanes y vascos— a debilitar internamente la
República, ya muy acosada en el frente por las tropas sublevadas.
En
abril de 1937, Franco se había autoproclamado Generalísimo, y el obispo de
Salamanca había declarado que la guerra era en realidad una cruzada por la
religión, la patria y la civilización. El manejo de los conceptos se volvía
importante. Aparte de ciudades y territorios, ambos bandos competían por
adueñarse de, entre otras cosas, la legitimidad de su acción. Unos consideraban
a los otros traidores, malos españoles, y pugnaban por remarcar las diferencias
aludiendo, entre otros, a motivos históricos. No dispongo de la ilustración en
concreto. Al parecer, el Boletín Oficial de la Junta de Defensa de Madrid había
publicado el veinte de marzo de 1937 un dibujo ilustrado con la siguiente
leyenda: «Contra Mussolini y sus amigos, arriba la vieja bandera de Bailén».
La
reacción —no la de Franco, no: la del POUM— no tardó en llegar. En La batalla del cuatro de abril, se
atacaba al «comunismo "oficial"» por sus veleidades favorables a la
«República democrático-burguesa». Se burlaba también de sus recursos
ideológicos en materia de arenga. ¿Qué hacía el Partido Comunista invocando la
memoria de «Pelayo, el Cid Campeador, Mina, el Empecinado, Velarde»? Acusaba el
POUM de que así se justificaban «Movimientos regresivos y, lo que es peor, se les
valoriza como patrimonio propio. La llamada reconquista impidió que los árabes
extendieran por la Península su civilización superior y la guerra de la
independencia liquidó toda posibilidad de que en nuestro país entrara el viento
vivificador de la Revolución francesa. Pero este tono le interesa al stalinismo
patriotero cien por cien».
Seguía La batalla ajustando cuentas con los
comunistas españoles de 1937 y con la bandera de Bailén. «¿La bandera de
Bailén? —les reñía—. ¿Sabéis dónde está la bandera de Bailén? En la rojogualda,
símbolo de la monarquía, y que Franco ha decretado bandera
"nacional"».
No, no
hemos sobrepasado los límites de la realidad. Los que se quejaban en 2010 de que
la conquista de Granada en 1492 fue «la primera masacre genocida» y «un atentado
contra nuestra propia identidad», son los herederos ideológicos del PCE, que hace ochenta años acudía a la memoria del Cid. Pero no nos desviemos.
Este ejemplo de 1937 es, creo, la prueba más antigua de cesión de un conjunto
de símbolos patrios a Franco. Ya no se trataba solo de que el Franquismo se
adueñara de lo español: es que los torpes enemigos de Franco se lo regalaban con
gusto. El Partido Comunista de España ganó la partida al POUM, guerra sucia
incluida, y la II República lo apuntilló. Obviamente, el POUM no habría
sobrevivido a la victoria franquista, pero sí lo hicieron sus postulados de
renuncia, que se extendieron a todo lo que en aquel entonces, todavía
limpiamente, pudiera llamarse antifascista. La España derrotada asumió, al
menos en parte, que Pelayo, el Cid y la Reconquista pasaban a ser propiedad de
Franco, quien los administró con sumo gusto durante décadas. Tras el regreso de
la democracia, nadie se ocupó de recuperar esos términos, pasarles un pañito y
ponerlos de nuevo a funcionar como patrimonio común de los españoles. Nada de
eso. En su lugar, se consideró que habían quedado para siempre fundidos con la
Dictadura y, por lo tanto, se convirtieron en blanco de todo ataque contra
Franco y lo que representaba. Había que eliminar la Reconquista, pero no porque
el término fuera inapropiado, o anacrónico, o hiciera referencia a una falsedad
histórica. Había que eliminarla porque Franco había dejado impreso su olor
sobre ella. Asumir la Reconquista te convertía —te convierte— en facha. Igual
que te convierte en facha aceptar otros muchos conceptos y términos muy anteriores
a Franco y también usurpados por él, como la bandera rojigualda, Blas de Lezo,
el escudo de los Reyes Católicos o la propia España. Ese es el nivel.
Esta no
es una impresión aislada. Francisco García Fitz, en La Reconquista: un estado de la cuestión, reconoce que la
usurpación de los símbolos por parte del Franquismo, la constante evocación
simbólica de Covadonga, de las Navas de Tolosa, el Cid, Pelayo, los Reyes
Católicos, etc, llega hasta límites esperpénticos y configura su absorción por
la historiografía oficial del Franquismo. Dice García Fitz que, «Así las cosas,
no puede extrañar que, como reacción inevitable, entre los sectores políticos,
sociales o intelectuales que eran críticos con el Franquismo, el término
Reconquista y la interpretación de la Historia de España que subyacía en él
acabaran siendo hondamente denostados».
A la
acción sigue una reacción, pero esta reacción, que es a su vez una acción,
también da lugar a su propia reacción. La Reconquista es facha, y por eso la
izquierda nominal reniega de ella. Como respuesta, la derecha se la apropia,
con lo que refuerza la renuncia izquierdista, y esta a su vez afirma la
posición derechista. Y entonces Pisarello se pelea por arrancar la bandera
española del Ayuntamiento de Barcelona, y Abascal aparece montado a caballo y
anunciando una nueva reconquista. La Reconquista, o la bandera, o la propia
España, no están en tela de juicio por motivos académicos o intelectuales. Casi
ni por motivos políticos. Lo están por asociación instrumental, como la que
motivaba al perro de Pavlov. Por eso España queda mejor cuando es «el Estado
Español» o «este país». Por eso puede uno llevar una banderita alemana cosida
en la cazadora, o un banderón yanqui serigrafiado en la camiseta; pero no debe
jamás lucir una bandera española. Por eso no existe la Reconquista, sino la
«mal llamada Reconquista». Como dice Jorge Bustos: al que se desvíe del dogma,
le aguarda la hoguera de los fachas.
Alegoría de Franco y la cruzada. Reque Meruvia |
PERO SI ES QUE LA RECONQUISTA,
OBJETIVAMENTE, NO EXISTE
Es
arriesgado callarse en el orfeón de condena. Te acerca al aislamiento social,
te aleja de las élites intelectuales, te hace parecer menos progresista y te
corta las subvenciones. Pero aún quedan personas con vergüenza torera que
negarán su adhesión a lo políticamente correcto. Y no todo será postureo. Habrá también personas que no postureen, sino sinceramente convencidas que la Reconquista, objetivamente, no existe.
Volvamos
al principio. El término es incorrecto, ¿recuerdan?, porque independientemente
de su uso ideológico en cualquier momento de la historia, nadie lo utilizaba
durante el periodo que pretende cubrir. Que según la RAE, ¿recuerdan eso
también?, va del año 711 al 1492 de nuestra era. O sea, no debemos llamar
Reconquista a eso porque «Reconquista» es un término al que nos podemos acercar solo desde 1574, y documentar literalmente desde 1796. Es un anacronismo, vamos. Y por lo tanto, incorrecto.
Ojo,
porque seguimos enfangados con el término. Términos hay muchos, porque
«término» es sinónimo de «palabra», y necesitamos las palabras para
entendernos. Nuestro lenguaje, el que usamos a diario y nos permite
relacionarnos, está lleno de términos que hacen referencia al pasado. Y muchos
de esos términos, esas palabras, no existían en el tiempo al que se refieren.
Sin embargo, no verán ustedes a los detractores de la Reconquista quejándose de
que hablemos del periodo Cretácico. Oh, el periodo Cretácico. Otra bonita
historia.
El
Cretácico abarca una larga época que empieza hace 145 millones de años, y acaba
hace 66 millones de años. En esa época no existían seres humanos.
Tiranosaurios, triceratops y velocirraptores. Eso había. Faltaba mucho para que
se inventara el lenguaje, y con él las palabras. Los términos. Fue en 1822
cuando un geólogo belga, Jean d'Omalius d'Halloy, llamó cretace a los afloramientos de creta en la cuenca de París. Por
extensión, denominó del mismo modo a los depósitos de creta en su país. Y en
Holanda, Suecia, Polonia... Resulta que la creta es un tipo de roca caliza. Con ella se fabrican las tizas que usábamos en el cole. La creta se origina cuando
los caparazones de los microorganismos se acumulan. ¿Saben esos acantilados
blancos en Dover, los que hemos visto en tantas películas? Eso es creta.
D'Halloy optó por denominar «Cretácico» al periodo en el que se formaron los
extensos depósitos de creta en varias partes del planeta, y todo el mundo lo
aceptó.
John
Lubbock, otro guiri, escribió en 1865 una obra científica: Pre-Historic Times. Es la primera publicación en la que se usan los
términos «Paleolítico» y «Neolítico». De hecho, John lo hace a conciencia y
deja escrita su propuesta para esas nuevas palabras: «When man shared the
possession of Europe with the Mammoth, the Cave bear, the Wollyhaired Rhinoceros,
and other extinct animals. This I have proposed to call the
"Palaeolithic" Period». ¿Pero cómo se atreve John? En esa época, a los mamuts no los llamaba
nadie «mamuts». Ni al oso de las cavernas se lo llamaba «oso de las cavernas».
Ni a Europa, por supuesto, la conocía nadie como «Europa». ¿Se imaginan ustedes
a ese Homo Sapiens hace cuarenta mil años, tallando lascas junto a su colega,
discutiendo lo mal que está poniendo el Paleolítico, y a ver si llega ya el
Neolítico, por Dios? ¿O se imaginan ustedes a esa manada de velocirraptores acosando
a la solitaria cría de estegosaurio? «¿Tú de dónde sales? —le preguntan—. ¡Si
eres un dinosaurio del Jurásico y estamos en el Cretácico!».
«Cretácico»,
«Tiranosaurio», «Pleistóceno», «Mamut»... son términos. Palabras. Convenciones
a las que hemos llegado las personas para entendernos, porque necesitamos
nombrar lo que no tenía nombre, desde el Big Bang hasta la última edición del
diccionario de la RAE e incluso lo que aún no existe. Algunas de estas
convenciones son puras, abstractas. Alguien, en su labor de clasificación, ha
acotado un periodo concreto. Desde hace 165 a hace 66 millones de años: a eso llamamos
Cretácico, porque yo lo valgo. La división podría ser distinta. De hace 180 a hace 70, por ejemplo. O
en lugar de fijarme en la creta, me fijaré en los llamativos acantilados
ingleses, y a ese periodo lo llamaremos «Dovérico». Podría haber ocurrido todo
eso, pero no ocurrió; y da igual, porque así nos sirve. Otras convenciones son
menos abstractas. Los mamuts existieron en sí mismos, y eso no habría cambiado
si en lugar de «mamuts» los hubiéramos bautizado como «megaelefantes». Y en
cualquier caso, ¿han visto a ustedes a alguien indignándose y llamando facha al
personal por usar el término «Jurásico» o «tigre de dientes de sable»? ¿A que
no? Pues es porque Franco, en el escudo de la bandera nacional, no puso un
tigre de dientes de sable.
Ahora
en serio: no es lo mismo hablar de cuando no había nadie que hablara, o de
cuando los hombres no tenían tanta conciencia de sí mismos y del mundo que los
rodeaba, del tiempo que recorría la evolución, de las ventajas de la
comunicación. Así que podemos inventarnos el Jurásico y el Paleolítico; pero no
podemos llamar Washington a Roma, porque los romanos la llamaban Roma. Si
hubieran querido llamarla Washington, lo habrían hecho. Por eso no podemos
hablar de Reconquista. Porque nadie, en el siglo XIII, usó jamás ese término a
pesar de que pudieron haberlo hecho.
¿Seguro?
Tengo otro ejemplo muy bueno. Uno que he usado a veces. La Edad Media, época por
la que precisamente discurre esa Reconquista por antonomasia. No verán ustedes
a nadie, incluidos historiadores, cuestionar el uso del término «Edad Media».
Verán, eso sí, a gente indignadísima porque les hablan ustedes de la España de
la Edad Media. «¿Pero qué aberración es esa? —les abroncarán—. ¡No existía
España en la Edad Media!».
En
cierta ocasión me explicaron que me equivocaba. Que «Edad Media» es palabra o
convención que sí empezó a usarse en la Edad Media, valga la redundancia. Así
que su legitimidad era mayor que «Reconquista». Lo cierto es que no. «Edad
Media», el término y el concepto, no surgen hasta bien terminada la Edad Media.
Que por
otra parte es lo lógico. Edad Media evoca, por definición, una época que queda
en medio de otras dos edades. Es un poco como la Primera Guerra Mundial.
Imaginen a dos soldados en las trincheras de Verdún, en 1916.
—Qué
ganas tengo de que acabe la Primera Guerra Mundial.
—¿Cómo
que «Primera»? ¡No me digas que luego hay más!
Pues en
la Edad Media pasa igual. Esa conciencia de un periodo histórico oscuro,
perdido entre otros dos luminosos, aparece en el Renacimiento. Hablo del
concepto. En cuanto al término historiográfico, habrá que esperar aún más.
Eduardo
Baura, en De la «Media Tempestas» al
«Medium Aevum». La aparición de los diferentes nombres de la Edad Media,
nos explica que la primera marca, una referencia que todavía no es literal,
aparece en 1469, cuando oficialmente hemos cerrado la Edad Media. Es un obispo,
Giovanni Andrea, quien usa la expresión «medie tempestatis». Andrea está
hablando de Apuleyo, y no se refiere a una época en concreto, sino a una
comparación entre la calidad de los escritos de los autores antiguos y los que
para él eran modernos con los que se habían escrito entre ambos.
¿Y cuándo
surge de verdad, «Edad Media»? Se considera que hay un anuncio entre 1510 y
1519, cuando el suizo Joachim von Watt publica su obra Vom Mönchsstande y nombra las «Fränkischen chroniken mitlerjare». Mitler jare es traducible como «años
medios», así que podría ser esta la primera vez, aunque algunos historiadores
no se conformarán hasta que, muy poco después, Von Glaurus hable de «Mittel
alter», literalmente «Edad Media». En 1537, Von Watt se apunta al neologismo y,
esta vez en latín, usa el término «Media aetas».
Hay que
tener en cuenta que «Medium aevum» y «Media aetas» son expresiones que ya
usaron algunos autores antiguos, muy anteriores a la Edad Media, como Cicerón,
Tácito o Suetonio. Lo hacían para referirse a la mitad de la vida de cualquier
persona. San Buenaventura también usaba «medium tempus» para apuntar que la
vida terrenal era previa a la auténtica, la celestial. Tampoco valen otras
vagas referencias como la de Flavio Biondo, que menosprecia a los filósofos
surgidos entre Roma y sus coetáneos en una carta de 1443. O cuando se le
atribuyen equivocadamente los términos «Media aetas» (que no aparecerá hasta setenta años después de la muerte de Biondo) o «Media tempestas», acuñado en realidad por
Giovanni Andrea, como hemos visto, y que tampoco tiene como misión nombrar un
periodo temporal.
Pues
bien: a pesar de que se considera que la Edad Media termina en 1453 y que su
denominación no aparece hasta, como mínimo, 1510, no verán ustedes a ningún
medievalista negar la propiedad del término. En otras palabras, y siempre según
los detractores de la Reconquista: es lícito usar un término como «Edad Media»,
que ni siquiera existía como concepto durante la Edad Media, pero no lo es usar
«Reconquista», que ya existía como concepto durante la Reconquista. Porque sí:
ha llegado la hora de pasar al concepto. De ver que durante la Reconquista
existió, efectivamente, una reconquista.
La rendición de Granada. Pradilla y Ortiz |
2.- EL CONCEPTO DE
RECONQUISTA
Si con
lo escrito hasta el momento hubiera podido convencer a alguien de que el
término «Reconquista» es correcto, o al menos inocente, debería haberme dejado
de tonterías: mejor perder mi tiempo en haber echado una quiniela, porque
es mucho más difícil apartar a alguien de una idea preconcebida que acertar el
pleno al quince. Pero no hay que desfallecer. Tal vez alguien, tras leer lo
anterior, concuerde: «Vale, aceptemos que el término es correcto». Pues da
igual, porque seguro que ese alguien no dará su brazo a torcer en cuanto al
concepto. El muy lícito término «Reconquista» sirve para denominar una
mentira. La Reconquista es, simplemente, una palabra que existe en las crónicas
y en los diccionarios desde 1796, y solo para denominar una mentira asumida
desde 1574. Pero no hay Reconquista real. Nada desde el 711 hasta 1492. La
Reconquista es como los unicornios o la Atlántida. Pues no, damas y caballeros.
Existe una ideología reconquistadora medieval, y ha sido considerada en la
actualidad porque fue documentada en la Edad Media.
LA VISIÓN ACTUAL DE LA RECONQUISTA
En este
sentido es de obligada consulta el repaso que hace García Fitz en La Reconquista: un estado de la cuestión.
García Fitz recorre las reacciones de algunos historiadores ante el concepto de
Reconquista. Uno de estos autores es José Luis Martín, que considera la
Reconquista una noción elaborada siglo y medio después de la teórica fecha de
Covadonga, por parte de los clérigos mozárabes expulsados o huidos de
al-Ándalus.
Otro
autor, Montero Guadilla, afirma que la Reconquista nunca existió. Se refiere a
algo ya apuntado: lo que se conoce como Reconquista sería en realidad una conquista,
sin más. Solo que a partir del siglo IX, la acción conquistadora se
cimentaría ideológicamente con un espíritu neogoticista, «Forjado
intencionadamente para justificar el poder regio y el avance militar hacia el
sur a costa del Islam».
Lo que estamos
viendo, lo que García Fitz ve, es que en realidad se está supeditando la
validez del concepto a la sinceridad en su génesis. Sea como fuere, el concepto
—sincero o hipócrita— existe a partir del siglo IX. A partir de aquí, ha de
asumirse o no su participación en ella, también de forma honesta o interesada, de los
hombres del medievo. «Los monarcas y las poblaciones cristianas del norte eran
herederos legítimos de los visigodos. Como tales, tenían el derecho y la
obligación histórica de recuperar aquello que había pertenecido a sus
antepasados y que, como consecuencia de la invasión musulmana, les había sido
injustamente arrebatado». Esto es lo que sostiene el ideal de Reconquista.
Habría quien se lo creyera y habría, tal vez, quien se carcajeara de él. Pero
existir, existía.
Cita
García Fitz a Ladero Quesada cuando dice que «El concepto de Reconquista nació
en los siglos medievales (no el término, matizaríamos, sino la idea) y
pertenece a su realidad en cuanto sirvió para justificar ideológicamente muchos
aspectos de aquel proceso». Sale Ladero Quesada, de esta forma, al paso de
quienes «Consideran espurio el término y prefieren hablar simplemente de
conquista y sustitución de una sociedad y una cultura, la andalusí, por otra,
la cristiano-occidental».
Pero
limitarnos a esto sería reconocer que todo lo que se hizo desde el siglo IX
hasta 1492 fue motivado por ambición, odio, aburrimiento y mil factores más,
todos ellos distintos del ánimo de recuperar para la cristiandad o para un
linaje concreto un territorio arrebatado por el enemigo. Y que tal amalgama de
motivaciones se disimuló siempre bajo la excusa de la Reconquista. ¿Acaso no
hubo nadie motivado por el afán «reconquistador» sincero? ¿Todo ese montaje
ideológico no caló en nadie, absolutamente en nadie, durante los seis siglos en
los que, como mínimo, se mantuvo vigente? Sería como pensar que ni un solo nazi
se creyó superior a un eslavo en tiempos de Hitler. Por muy falsas que fueran
las doctrinas raciales y los conceptos de übermensch
y lebensraum. ¿Ni un solo guardián de
las SS creyó, aunque fuera durante un segundo, que los judíos eran seres
inferiores? La teoría racial nazi existió aunque todos sus postulados sean
falsos. Eso, o deberíamos decir que los nazis son «mal llamados racistas».
Como
apunta García Fitz y sostiene Thomas F. Glick, «Por muy artificiosa que sea su
utilización en un momento dado, parece evidente que, en la medida en que aquel
ideal se formula explícita y reiteradamente, pasa a ocupar un lugar en el orden
social y contribuye a forjar la imagen que la sociedad tiene de sí misma y de
sus actos. En el universo ideológico de los núcleos políticos cristianos
peninsulares, el ideal de la Reconquista sirvió ni más ni menos que para
configurar un marco teórico de relaciones entre cristianos y musulmanes peninsulares
y para definir un programa “modélico” de actuación política».
Es más:
ese programa de actuación no surgió de la nada, sino que concuerda
perfectamente con la teoría medieval más extendida para justificar la guerra. La
Reconquista no solo es una consecuencia lógica de la idea de «Guerra Justa»,
sino que contribuye a formarla y encuentra paralelismos fuera del ámbito
ibérico. Dice Jean Flori que la noción reconquistadora «Se presenta de forma
relevante en la formación de la idea de cruzada. Baste pensar, si no,
que Jerusalén y los Santos Lugares eran la herencia que Dios había dejado a su
pueblo y que los musulmanes le habían usurpado inicuamente, de modo que su
recuperación por la vía militar no era un acto de agresión, sino de justicia. Consecuentemente,
la ideología cruzadista que los pontífices romanos trasladaron al ámbito
hispánico llegaba cargada con un fuerte contenido de carácter “reconquistador”,
visible a través de todo un lenguaje que dejaba pocas dudas en torno al
objetivo vindicador y restaurador de la lucha contra los musulmanes:
«recuperare», «restituere, «liberare», «reparare», «reddere», «revocare»,
«restaurare»… son los verbos con los que los papas expresaban la naturaleza de
la acción que esperaban de sus fieles, y que no hacían sino fortalecer la
justicia de la causa que subyacía en la noción reconquistadora específicamente
hispánica». Efectivamente, el
ideal de «Guerra Justa» desarrollado por san Agustín, que debería obligar a
todo príncipe cristiano medieval, parece hecho a medida para que de él surjan
tanto las Cruzadas en Tierra Santa como la Reconquista aquí.
¿Pero
qué es la doctrina de la «Guerra Justa»? Pues la formulada por san Agustín en
el siglo V, sistematizada más tarde por santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica. Para que se dé la Guerra
Justa, han de cumplirse tres condiciones: que sea declarada por una autoridad
legítima, que tenga una causa justa y que haya recta intención. Esta
confluencia solo permite, pues, la guerra defensiva, de última ratio y que
tenga como objetivo principal la paz. Nos dice García Fitz que los autores
medievales más influyentes entendieron que había al menos tres causas que
convertían la guerra en una acción legal, justa y necesaria: «La
recuperación de los bienes que un enemigo hubiera robado en el curso de una
campaña; la defensa de la integridad territorial cuando un adversario
pretendiera invadirlo, o su expulsión si se hubiera llegado a materializar una
anexión; la venganza de una injuria, esto es, la reacción frente a la violación
de un derecho o el quebrantamiento de un orden político, moral o religioso».
En su
repaso al estado de la cuestión, concluye García Fitz que «A estas
alturas, parece evidente que el concepto de Reconquista no sólo está vigente,
sino que su uso sigue siendo plenamente operativo. Y ello es así porque con un
único término se hace referencia, sin necesidad de mayores explicaciones, a un
proceso clave en la Edad Media peninsular, como fue la expansión militar a
costa del Islam occidental, que estuvo revestido e impulsado por una ideología
militante basada en los principios de guerra santa y de guerra justa, y que
además tuvo una incidencia decisiva en la conformación de unas sociedades de
frontera».
LA VISIÓN MEDIEVAL DE LA RECONQUISTA
Ha
llegado el momento de aportar pruebas. Documentales, concretamente. Menciones
históricas en las que se hable del ideal reconquistador, úsense los términos
que se usen. ¿Fueron conscientes los pobladores de la Edad Media de que existía
una ideología reconquistadora? ¿Se sentían ellos mismos ofendidos por un
enemigo usurpador que había conquistado las tierras de sus antepasados? ¿Acaso
los vestigios documentados responden todos a falsificaciones e interpolaciones
modernas?
Pasaremos
por el origen, porque como dicen algunos con mucha firmeza, sin conquista no
puede haber reconquista. Y para negar la mayor, aducen que jamás existió una
conquista musulmana. A partir de aquí puede hablarse de una integración
pacífica o de una sucesiva islamización de la población goda e hispanorromana.
Después viene lo de la convivencia modélica y las tres culturas, pasando de
puntillas sobre las invasiones norteafricanas y los ocasionales ajustes de
cuentas entre unos, otros y los que quedaban en medio.
Aunque,
como ya he dicho, no soy historiador ni filólogo, carezco de método y no
dispongo de una visión global sobre las disciplinas, voy a empezar con un texto
traducido del árabe por Huici Miranda. Se trata del Kitab al-Muyib, escrito por al-Marrakushí, un cronista magrebí que
nació antes de la batalla de Alarcos, fue coetáneo de las Navas de Tolosa y
terminó su obra hacia 1224. Al-Marrakushí podría ser tildado de facha, pues
tiene el cuajo de decir en pleno siglo XIII que «La Península de al-Ándalus fue
conocida en los tiempos antiguos entre los cristianos como Península de Ašbanyā».
Antes de eso, nada más empezar su crónica, al-Marrakushí dice que quiere
describir al-Ándalus y exponer sus noticias y la vida de sus reyes «Desde su
conquista hasta este nuestro tiempo». ¿A qué conquista se refiere? Enseguida lo
aclara: «Ahora volvemos a la conquista y decimos: los musulmanes conquistaron
la Península de al-Ándalus en el mes de Ramadán del año 92 de la Hégira, y se
hizo su conquista por mano de Tariq». Explica más adelante el cronista que
Tariq penetró en al-Ándalus, «Venció al enemigo y escribió a Musa ibn Nusayr,
su amo, comunicándole la victoria y la conquista de lo que había conquistado en
el país de al-Ándalus y lo que había logrado de botín».
No
tardan mucho los cronistas musulmanes en hacerse eco de la reacción cristiana:
la gesta de Covadonga. Sea verdad o mentira, burda escaramuza, gran batalla o
simple invento justificador, lo cierto es que por el mundo medieval ibérico,
tanto cristiano como musulmán, corría ya la historia de Pelayo, el primero que
se resistió a la conquista. David Arbesú repasa estas noticias en su De Pelayo a Belay: la batalla de Covadonga
según los historiadores árabes. Nos habla Arbesú de la crónica más antigua
conocida, que es anónima y data del siglo XI: el Akhbar
Mahmua; dice que se «Conquistó todo el país hasta llegar a Narbona, y se
hizo dueño de Galicia, Álava y Pamplona». A partir de ahí se hace eco de la
resistencia de un tal Belay y de su sublevación con unos pocos cristianos,
hasta que se adueñó el distrito de Asturias. ¿Otras crónicas musulmanas? El Fath al-Ándalus, de principios del siglo
XII, en la que se dice que Pelayo, hijo de Favila, se sublevó contra los árabes
y los expulsó de su región. El Bayán
al-Mugrib, valiosísima crónica de Ibn Idari, que cuenta cómo los musulmanes
subestimaron a los trescientos hombres que habían quedado aislados en una peña
de Galiquia, y que no cesaron de aumentar hasta convertirse en la causa de su
salida. Una cita del Nafh al-Tib de
al-Tilimsani remite al Muqtabis de
Ibn Hayyán (siglo XI), donde se llama a Belay «despreciable bárbaro» y
sublevado, refugiado en una elevada montaña con treinta hombres y diez mujeres,
alimentándose con miel y haciéndose fuerte mientras los musulmanes lo subestimaban.
Todas
estas referencias no tienen valor por sí solas para dar veracidad al mito
fundacional de Covadonga, pero se hacen eco de él. Y es muy significativo que
quienes hoy en día niegan Covadonga como hecho real, suelan ser también quienes
niegan la Reconquista como concepto existente durante la Edad Media. Si
Covadonga es un invento propagandístico, ¿qué objeto tenía pues?
Dicen
los detractores de la Reconquista que lo que hicieron los reyes de Asturias fue
conquistar, no reconquistar. Conquistar un territorio ajeno. El mismo David
Arbesú, en Usos políticos del Éxodo: del
rey Pelayo al siglo XXI, explica que el scriptorium
de Alfonso III fue el que reelaboró la historia de Pelayo. Es la Crónica de Alfonso III, compuesta entre
los años 884 y 889, la que habla de aquella gesta sobrehumana que acabó con
187.000 musulmanes muertos en Covadonga. Redactada más de 150 años después de
la supuesta batalla, nos muestra la figura de Pelayo como agente divino, y
afirma que los godos habían salido victoriosos in terminis Spaniae. Dice Arbesú que esto no es más que un intento
de legitimar una monarquía reciente, la asturiana, haciéndola descender de la
goda, lo que la convertía en acreedora del derecho a recuperar lo usurpado.
Puede discutirse si el cronista decía la verdad o mentía. Haga una cosa u otra,
está enarbolando una justificación ideológica para reconquistar. De modo que
cuando un rey plenomedieval como Fernando III actúe sintiéndose heredero de los
reyes asturianos, dará igual que su motivación provenga de una mentira: él
seguirá recuperando lo «usurpado», y continuando lo que empezó in terminis Spaniae. Un cristiano es
cristiano aunque Dios no exista.
La
Crónica Albeldense, muy cercana a la de Alfonso III, explica entre otras cosas que
desde Covadonga se devolvió la libertad al pueblo cristiano, y que la lucha
continúa hacia un final cierto: «Sarraceni euocati Spanias occupant regnumque
Gotorum capiunt, quem aduc usque ex parte pertinaciter possedunt. Et cum eis Xpiani
die noctuque bella iniunt et cotidie confligunt, dum predestinatio usque diuina
dehinc eos expelli crudeliter iubeat. Amen». Los sarracenos ocupan España y se
apoderan del reino de los godos, que todavía retienen de manera pertinaz. Y con
ellos los cristianos día y noche afrontan batalla y cotidianamente luchan,
hasta que la predestinación divina ordene que sean cruelmente expulsados de
aquí.
En El
siglo XI en primera persona, García Gómez se hace eco de las Memorias de Abd Allah, útimo rey zirí de
Granada. El zirí rememora las palabras que le dirigió Sisnando, gobernador
mozárabe de Coimbra y, después, de Toledo: «Al-Ándalus pertenecía a los
cristianos hasta que fueron vencidos por los árabes, que los obligaron a
refugiarse en Galicia, la región más desfavorecida por la naturaleza. Pero
ahora, que es posible, desean recuperar lo que le fue tomado por la fuerza».
Hay una crónica epistolar atribuida a
un cruzado inglés que, de camino a Tierra Santa, se detuvo en el recién nacido
reino de Portugal para ayudar en la conquista de Lisboa. Era el año 1147. Y cuenta
que el arzobispo de Braga se dirigió así a sus enemigos: «Vosotros,
moros y moabitas, sustrajisteis fraudulentamente el reino de la Lusitania a
vuestros y nuestros reyes. Desde entonces hasta ahora han sido hechas, y cada
día se hacen, innumerables devastaciones de ciudades, villas e iglesias.
Nuestras ciudades y tierras, que antes de vosotros eran habitadas por los
cristianos, injustamente retenéis desde hace más de 358 años». Civitates nostras et terrarum possessiones
injuste retinetis. Como hecho a medida para desatar la Guerra Justa según
san Agustín.
No pasa medio
siglo desde la conquista de Lisboa, y los cristianos peninsulares se enfrentan
al mayor peligro de su historia: la invasión almohade. La reacción de los
reinos católicos no es todo lo enérgica que debiera, de modo que el papa,
Celestino III, les dirige esta reconvención en 1192, solo tres años antes de la
batalla de Alarcos. Toda una invitación a cumplir con la doctrina agustiniana
de la Guerra Justa: «No es contrario a la fe católica el mandato de perseguir y
exterminar a los sarracenos, pues a ejemplo de los que se lee en el libro de
los Macabeos, los cristianos no pretenden adueñarse de tierras ajenas, sino de
la herencia de sus padres, que fue injustamente desposeída por los enemigos de
la cruz de Cristo. Además, es legítimo y admitido por el derecho de gentes que
de los lugares ocupados por los enemigos que los retienen con injuria de la
Divina Majestad, el pío expulse al impío, y el justo al injusto».
Entre Alarcos y
las Navas se redacta en romance el Liber
Regum, que narra la genealogía de los reyes aragoneses, navarros, castellanos
y franceses. Habla primero de la conquista musulmana y, atención, de cómo, tras
perdida la tierra, se recobró: «E pues faularemos de los godos como uinieron en
Espanna e como la conquirieron, e del rei Bamba e del rey Rodrigo e del comte
don Julian, e como se perdie la tierra, e pues como se recobro». Y después
explica cómo Pelayo organizó la resistencia: «Quando fo perdido el rei Rodrigo
conquerieron moros toda la tierra troa en Portogal et en Gallicia fueras de las
montañas d' Asturias. En aquellas montañas s'acuellieron todas las hientes de
la tierra los qui escaporon de la batalla. E fizieron rei por election al rei
don Pelaio, qui estaua en una cueva en Asseua. Est rei don Pelaio fo muit buen
rei e leial. E todos los xianos qui eran en las montannas acullieron se todos
ad el e guerreioron a moros e fizieron muitas batallas e uencieronlas».
Hay una
curiosa introducción histórica en el Fuero
General de Navarra, escrito en 1238 en la lengua romance propia de la
corte, el navarro-aragonés: «Entonz se perdió Espayna ata los puertos, sinon
Galicia, las Asturias, et daquí Alava et Vizquaya, et de la part Baztan et la
Berrueza et Deyerri et en Ansso, es sobre Iaca et encara en Roncal et Sarassaz
et en Sobrare et en Aynssa. Et en estas montaynas se alzaron muyt pocas gentes
(…) quoanto eyllos meior podieron como ombres que se ganavan las tieras de los
moros; et despues esleyeron rey á D. Pellayo qui fue del linage de los godos et
guerreó de las Asturias a los moros et de todas las montaynas».
Volvamos
a Ibn Idari y su Bayán al-Mugrib,
crónica escrita hacia 1312 y en la que se narra lo que Fernando I, rey de León,
dijo a los embajadores del emir de Toledo en el siglo XI: «Nosotros hemos
dirigido hacia vosotros lo que nos procuraron aquellos de los vuestros que
vinieron a nosotros, y solamente pedimos nuestro país que nos lo arrebatasteis
antiguamente, al principio de vuestro poder, y lo habitasteis el tiempo que os
fue decretado; ahora os hemos vencido por vuestra maldad. ¡Emigrad, pues, a
vuestra orilla y dejadnos nuestro país!, porque no será bueno para vosotros
habitar en nuestra compañía después de hoy; pues no nos apartaremos de vosotros
a menos que Dios dirima el litigio entre nosotros y vosotros». Es un cronista
musulmán del siglo XIV quien se hace eco ahora: los cristianos solo piden el
país que los musulmanes les arrebataron antiguamente.
Hay una
arenga atribuida a Alfonso VIII de Castilla antes de la batalla de las Navas,
cuando se dirige a «los de Aragon et portogaleses et gallegos et asturianos». Figura
en la Primera Crónica General,
compuesta entre 1270 y 1344, y que quiere hacerse eco de lo que a su vez
escribió el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, participante en la batalla, buen
amigo del rey castellano y redactor del De
rebus Hispaniae: «Amigos, todos nos somos espannoles, et entraronnos los
moros la tierra por fuerça et conquirieronnosla, et en poco estidieron los
cristianos que a essa sazon eran, que non fueran derraygados et echados della;
et essos pocos que fincaron de nos en las montannas, tomaron sobre si, et
matando ellos de nuestros enemigos et muriendo dellos y, fueron podiendo con
los moros, de guisa que los fueron allongando et arredrando de si. Et quando
fuerça dellos, como eran muchos además,
uinie a los nuestros dond nos uenimos, llamauanse a ssus ayudas, et uinien unos
a otros et ayudauanse, et podían con los moros, ganando siempre tierra dellos,
fasta que es la cosa uenida a aquellos en que uedes que oy esta».
Llegamos
ya casi al final de la Edad Media, dispuestos para empalmar con esa «restauración»
de Ambrosio de Morales en 1574. En una carta de los Reyes Católicos al sultán
de Egipto ante su mediación para evitar la conquista de Baza, en 1489, le escriben
que «Tanto al Soldán como á los demás mahometanos eran notorias la
violencia y perfidia de que se valieron un tiempo los árabes para ocupar las
Españas y otras muchas provincias del mundo poseídas por los cristianos por
derecho hereditario. Y territorios ocupados injustamente podían con justicia
ser recuperados por su señores legítimos… como los reyes de España en el
transcurso de los tiempos, imitando al esfuerzo del primer defensor Pelayo,
habían restituido á la fe católica todas las demás regiones de la Península».
Hay
conquista y hay Reconquista. Por muy falsos que sean algunos hechos narrados,
exagerados o directamente mitificados, nos lo dice Eloy Benito Ruano en Tópicos y realidades de la Edad Media: «Cierta
o no, no cabe duda de que la reconquista era a la altura de Alfonso III
(866-910) algo más que un proyecto nebuloso». Añade que no puede negarse que el
estado de opinión que traslucía la Crónica Albeldense existía, por poco
generalizado que estuviese. «Y si esta opinión existía y a su luz se
interpretaban las campañas de Alfonso III es porque el proyecto que llamamos reconquista
estaba definiéndose como lo que acabaría siendo más adelante: una ideología
justificativa de la expansión territorial y de la conquista de los territorios
detentados por los musulmanes».
Esto no
convencerá a aquellos, incluidos historiadores, que darían cualquier cosa por
desterrar el término «Reconquista» de nuestra lengua y borrar el concepto de
Reconquista de nuestro pasado. Aquellos que, como dice Ladero Quesada en Lecturas sobre la España histórica, «prefieren
hablar de conquista y sustitución de una sociedad y una cultura, la andalusí,
por otra, la cristiano-occidental; pero aunque esto fue así, también lo es que
el concepto de reconquista nació en
los siglos medievales y pertenece a su realidad en cuanto que sirvió para
justificar ideológicamente muchos aspectos de aquel proceso».
¿Y cómo
pudo sobrevivir esta ideología si no fue asumida a partir de su creación? Porque
la sociedad ibérica medieval acabó aceptándola y aplicándola. Lo expresa con
claridad Benito Ruano: «A una ideología no se le pide que sea verdadera o
falsa, sino que sea operativa. Y sin duda, la ideología de la reconquista lo
fue en grado sumo».
Y ya
está. Sépanlo, damas y caballeros, para cuando toque usar la palabreja y no se
atrevan. O para cuando la usen y alguien les aclare que no: no existió la
Reconquista.
Simplemente genial!
ResponderEliminarNo soy del PCE, ni de izquierdas, de hecho. Tampoco soy del lado contrario. Creo en los términos Nación, Patria y España, por lo que la primera tanda ya va mal. No soy un ofendidito, y no me da miedo usar la palabra Reconquista. Pero eso no resta que crea que el término se crea de manera incorrecta o de que hay una manera mejor de definirlo. La historia no se puede negar, ese periodo existió. Pero con todo el sesgo político que esté artículo posee, imagino que duele la idea.
ResponderEliminarLa península fue conquistada por muchos. No se habla de la reconquista romana, ni la árabe, solo de la cristiana. Pues bien, conquista de la península Ibérica me parece más acertado que reconquista. Y digo me parece. A veces hay que cambiar cosas para mejorar.
Dejémonos de izquierdas, derechas, centros y semisótanos. El artículo no tiene sesgo político alguno, ni lo tenían los reyes católicos ni ninguno de los sujetos que llevan muertos seis, siete, diez siglos, y que también lo tenían bastante claro. Mi escrito está basado en menciones documentadas literales y aproximadas, con expresión de las fuentes, y permite establecer una breve historia del término «Reconquista», así como otra de por qué algunos consideráis el término inapropiado. Sobre esta base, si quieres rebatirme algo, te invito a que te sirvas también de argumentos elaborados. Por lo pronto, lo que aduces no tiene mucho sentido. Llamar «Reconquista» a la conquista romana o, como tú dices, a la árabe, sería absurdo, pues ninguno de los dos pueblos recobraban algo perdido al conquistar, respectivamente, Hispania o al-Ándalus. Incluso las invasiones post-omeyas, las africanas de almorávides y almohades, no pretendían reconquistar nada (pues de hecho, lo primero que hicieron fue apropiarse de las primeras y segundas taifas respectivamente, con el ánimo de unirlas al emirato almorávide en un caso, al califato almohade en el otro), y después actuaban según su propia sagrada misión, característica de todo buen musulmán, de convertir Dar al-Harb en Dar al-Islam. No tomaban nada arrebatado previamente a ellos, vamos. Si me dices que ahora Marruecos pretende «reconquistar» España porque el rey Hassan se considera heredero de los califas almohades, pues chico, me parecería mucho más lógico.
EliminarPor otra parte, como explico en el blog (y no es cosa mía, yo solo cito a historiadores de verdad), los reinos cristianos peninsulares con más potencia militar (Portugal, León, Castilla, Aragón) se sirvieron del concepto, de esa presunta misión sagrada de recobrar lo arrebatado por los infieles. Incluso fuentes musulmanas se hacen eco de ello. Puedes discutir lo sincero de dicha misión, pero la idea existía incluso aunque fuera falsa. Ya lo digo ahí: un cristiano es cristiano aunque Dios no exista.
En cuanto a la gente a la que le duele el término, me parece aún más absurdo. El que no quiera usarlo, que no lo use, y si le jode que los demás lo usemos, pues venden analgésicos en las farmacias.