El rey Lobo, de ilustre memoria



 Santa María de Albarracín (Santabariyya as-Sharq), feudo norteño del rey Lobo en el siglo XII

En 1258, el papa Alejandro IV concedió por bula la unión de las diócesis de Albarracín y Segorbe. En los primeros párrafos de esta bula, algo así como los fundamentos de derecho de las sentencias modernas, el santo padre se refiere a un cierto «rey Lobo de ilustre memoria», que había gobernado Albarracín y sus aledaños antes de pasar a manos del noble Pedro de Azagra, casi cien años antes de la bula. A clarae memoriae Lupo rege, dice el papa. Tanto por la documentación coetánea como por la diplomática de Alfonso VIII, no cabe duda alguna de que este rey Lobo era el musulmán que regía el oriente de la Península Ibérica, Muhammad ibn Mardanish. Según esa misma documentación, este rey Lobo no solo fue aliado de sus paisanos católicos, sino que se enfrentó en guerra perpetua contra una pesadilla brotada de las montañas africanas, el mayor peligro que hayan conocido los reinos cristianos ibéricos: la invasión almohade. Tanto afán puso en este enfrentamiento, tan gran servicio hizo a la cristiandad luchando contra sus hermanos de fe, que un papa elogió su recuerdo en una bula.
Real monasterio de la Zaidía, en Valencia, o cómo una munya mardanisí se convierte en cenobio cristiano. 
¿Qué pudo llevar a una situación que ahora, más de ocho siglos después, se nos antoja extraña? El gobierno del rey Lobo representa un momento irrepetible de nuestra historia. Un momento también brillante, puesto que las monedas que se acuñaron en sus cecas conservaban el curso legal dos siglos después de transcurrido este episodio. El rey Lobo confirmaba documentos reales castellanos, cerraba tratos de comercio con las repúblicas italianas, abría iglesias para sus mercenarios cristianos en los arrabales de Murcia, se carteaba e intercambiaba regalos, según se dice, con el rey de Inglaterra… y perduraba en la memoria de la santa sede.

Salvo por unos pocos arqueólogos que han excavado en Murcia para encontrar la sombra del esplendor mardanisí, y aparte remembranzas de leyenda o rescoldos festivos, escasos son quienes recuerdan al rey Lobo. A nadie parece importarle que su reino pudiera medirse en extensión y riqueza con los demás estados peninsulares, ni que se obstinara en enfrentarse a la máquina de guerra más poderosa de su mundo para defender a quienes rivalizaban entre sí y aguardaban para alimentarse de sus despojos. Y si unas crónicas, las cristianas, se limitan a pasar de puntillas por encima de su reino, otras, las almohades, nos lo presentan como un demonio ávido de sangre y entregado a la lujuria y el desenfreno.
Castillejo de Monteagudo (Qasr ibn-Saad), toda una revolución en arquitectura defensiva medieval cerca de Murcia. 

Lo más seguro es que nunca conozcamos la verdad. Y si alguien lo consigue, será un historiador. Yo no lo soy, pero algo puedo hacer para que esa «ilustre memoria», la del rey Lobo, reviva. Y con él cobren vida de nuevo su favorita, su harén, sus capitales mediterráneas, la prosperidad, la poesía andalusí, la caballerosidad de Pedro de Azagra o de Álvar Rodríguez el Calvo… Si alguien es capaz de empezar una guerra por una mujer, vale la pena escribir sobre él. Y sobre ella.



Comentarios

  1. Todo un elogio a un personaje desconocido por el gran público.
    Parece ser que para conocer más sobre las tramas de la historia deberemos pasar por caja y a tenor de la reseña de Santiago Posteguillo creo que merecerá la pena.
    Avise usted cuando haga su presentación en Valencia.

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  2. Estoy impaciente a más no podeeeeeer!!!!

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