EL REY LOBO, AZOTE DE YIHADISTAS

Artículo para la serie EL AUTOR Y SU PERSONAJE. Aparecido originalmente en el diario ABC, 20/08/18.

El castillo de Monteagudo, donde vivió el rey Lobo


Por Sebastián Roa


El convento murciano de Santa Clara guarda un fragmento de adaraja. Se pintó en el siglo XII con el rostro de una flautista que toca un mizmar, instrumento que amenizaba las veladas del Sharq al-Ándalus. Aunque la representación antropomórfica –contraria a la tradición musulmana– no es extraña a los andalusíes, esta destaca en su contexto temporal. Media Península Ibérica se encontraba invadida por el califato musulmán más fanático de cuantos ha vomitado el norte de África: el imperio almohade. Y el rey andalusí que se atrevió a desafiarlo durante un cuarto de siglo fue Muhammad ibn Sa’d ibn Mardánish, mejor conocido como Rey Lobo.
Su reino abarcó las actuales provincias de Castellón, Valencia, Alicante y Murcia, y parte de las de Tarragona, Teruel, Cuenca, Albacete, Jaén y Almería. El Rey Lobo abominaba del Islam radical. Fue confirmante en los documentos de Alfonso VIII de Castilla y se carteaba con el monarca inglés. Avezado diplomático, cerró ventajosos tratos comerciales con las repúblicas italianas. Y acuñó monedas que, dos siglos después de su muerte, seguían en curso legal. El Papa Alejandro IV lo llamó «Rey Lope, de gloriosa memoria». ¿Quién fue este emir andalusí apreciado por los cristianos y odiado por sus correligionarios africanos?
Los Banú Mardánish venían de linaje muladí –así se llamaba a los cristianos islamizados– y habían destacado militarmente en la Marca Superior. Eran lo que se conocía como tagríes: incursores natos, conocedores del adversario, acostumbrados a celadas y escaramuzas. El tipo de guerrero fronterizo típicamente hispano al que podemos considerar antecesor de los almogávares. El futuro Rey Lobo se crió en un ambiente de velado alzamiento contra los africanos almorávides (los enemigos del Cid), que llevaban instalados en al-Ándalus desde finales del siglo XI. De esa rebelión surgieron las que llamamos Segundas Taifas, aunque solo una de ellas se consolidó: el Sharq al-Ándalus radicado en Valencia y Murcia.


Hacia 1147, por aclamación militar, Ibn Mardánish se convirtió en Rey de aquel territorio levantino y se aplicó a la tarea de ampliarlo, siempre a costa de otros territorios musulmanes. Se ignora el origen de su apodo. Lo cierto es que los cristianos que nutrían sus filas lo conocían como Rey Lobo o Rey Lope. También se dice que hablaba en romance, vestía al modo cristiano, permitía la construcción de iglesias en sus dominios y se daba al vino y a otros placeres poco morunos. No es de extrañar que las crónicas almohades lo pongan a caer de un burro.
Los almorávides, a los que hoy consideraríamos extremistas, eran carmelitas descalzas comparados con la siguiente oleada norteafricana: los almohades. El credo almohade guarda asombrosas similitudes con los principios del Daesh: ambos abrazan la doctrina unitaria del Tawhid; imponen la hisba, rígida vigilancia en la pureza de las costumbres; consideran takfires a los musulmanes que no se someten –lo que permite su eliminación– y se sirven de la Yihad como instrumento principal. El Daesh surge de los desvaríos de un alienado llamado az-Zarqawi, y el califato almohade arrancó con una pieza parecida: Ibn Tumart, pastor de cabras radicalizado por el estudio obsesivo de un único libro. Ibn Tumart, maleadas las mentes de sus seguidores, organizó salvajadas análogas a las que hemos visto en Youtube y en los telediarios: degüellos colectivos, esclavizaciones masivas, purgas expeditivas. Tras acabar con los almorávides y afianzar un enorme y centralizado imperio en el norte de África, los almohades desembarcan en al-Ándalus y toman Sevilla, Córdoba, Málaga y Almería. La primera consecuencia nos resultará familiar: multitud de judíos y musulmanes moderados, así como los pocos mozárabes que quedan al sur de Sierra Morena, se exilian para evitar la crucifixión, la garganta rebanada o la conversión forzosa. Los refugiados afluyen, entre otros lugares, al Sharq al-Ándalus. Esta «fuga de cerebros» medieval da lugar a que la corte del Rey Lobo se llene de intelectuales de toda talla. Las ciencias, las artes y las letras florecen en la Valencia y la Murcia del siglo XII.

Que viene el Lobo

Según las crónicas, a Ibn Mardánish le van las fiestas y el desfase medieval, pero no parece de los que se quedan sentados en su trono. Tras gastar una ingente suma en su ejército mercenario –los andalusíes no destacaban por su eficacia guerrera–, se busca un prestigioso aliado: Ibn Hamusk, señor de Segura. Después se hace con los servicios de los mesnaderos cristianos más célebres: Álvar el Calvo, conde de Sarria aclamado en el épico Cantar de Almería como guerrero portentoso; el conde de Urgel, Armengol VII, que a lo largo de su vida desempeñará importantes cargos en el reino de León; y Pedro de Azagra, noble navarro que recibirá, por sus servicios a Ibn Mardanish, el agreste señorío de Albarracín. Al frente de esta manada, el Lobo se siente capaz de resistir la marea fanática, así que se planta a las puertas de Sevilla, la capital almohade en al-Ándalus, para humillar al futuro califa Yusuf. Algarea y conquista, expande sus fronteras hasta el Alto Guadalquivir. Su insolencia llega al límite cuando, con ayuda de judíos falsamente islamizados, se hace con Granada y la conserva durante todo un año. Los almohades, acostumbrados a dominar por el terror y por las armas, le ven las orejas a un lobo que va a ser su principal y encarnizado enemigo.
La eliminación del Lobo, azote de yihadistas y escudo de los reinos cristianos, se convierte en objetivo primordial para los africanos. Los dos primeros califas almohades, Abd al-Mumín y Yusuf, se esmeran en preparar la expedición definitiva que por fin se lanza hacia Murcia. En octubre de 1165, cerca de la actual Alcantarilla (Murcia), un ejército combinado cristiano-andalusí se enfrenta a las poderosas fuerzas almohades en la batalla de Fahs al-Ŷallab. El hito, incomprensiblemente desconocido en nuestra historia, merece figurar con letras grandes junto a Alarcos y las Navas de Tolosa, las otras dos grandes batallas contra los almohades.

Derrota

La derrota del Rey Lobo permite que los africanos aceleren la invasión de al-Ándalus y piensen en asaltar las fronteras cristianas. Ninguno de los reyes católicos del norte, más ocupados con sus querellas personales que por el bien común, acude al aullido de socorro del Rey Lobo, encastillado en Murcia mientras pierde sus posesiones levantinas. Ibn Hamusk lo traiciona y se pasa al bando africano. Sus mercenarios, faltos de paga, lo abandonan. El rey de Aragón, que hasta ese momento se ha visto libre de la amenaza almohade por el escudo lobuno, aprovecha: cruza el Guadalope (el Río del Lobo) y rapiña las tierras desamparadas hasta Teruel. Ibn Mardánish se desespera por la deslealtad y por la insultante imprevisión de sus presuntos aliados cristianos. En el lecho de muerte ordena a sus herederos que se sometan a la máquina almohade. Entonces comienza una agonía ibérica que figura en los anales, que está a punto de revertir la Reconquista y de la que solo nos librarán nuestros antepasados en el verano de 1212, jugándose el todo por el todo en un perdido lugar de Sierra Morena.

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