EL CID NO ERA UN MERCENARIO. «MERCENARIO». Conceptos jurídicos y sociales, y hasta en la cultura popular II
Pérez-Reverte o Iron Maiden no son casos
únicos en poner de relevancia el aspecto honorable y épico del mercenario, en
subrayar la ausencia de artificio para mostrar al sujeto auténtico, «de ley»,
más comprometido con el cumplimiento a rajatabla de sus principios que con la
consideración social mayoritaria de dichos principios. Existen también
manifestaciones audiovisuales que, en la historia reciente, se han alejado de
una visión ortodoxa para romantizar al mercenario. En la apertura de cada
episodio de la seria ochentera El equipo
A, el narrador nos explicaba que, encarcelados por un delito que no habían
cometido, los protagonistas se fugaron de la prisión; «hoy, todavía buscados
por el gobierno, sobreviven como soldados de fortuna. Si tiene usted algún
problema y si los encuentra, tal vez pueda contratarlos». De forma parecida, la
franquicia de acción The expendables
(Los mercenarios en España) recurre a
admiradas y viejas glorias de los años ochenta y noventa para mostrar a un
grupo de mercenarios de élite que, lejos de conformarse con cobrar por gastar
munición en guerras privadas, luchan por el bien en la sempiterna batalla blockbuster contra el mal.
Y también, aunque sin usar el término «mercenario» (como vimos más arriba), es esta la opción de Dozy y sus precursores «cidofóbicos». En relación con lo que Ibn Bassam nos dice a través de Dozy, opina Bruno Padín Portela (De traidor al rey a héroe nacional: la figura de El Cid en la historiografía española) que «esta afirmación de Dozy vendría a despojar al Cid de sus virtudes, sin ideales por los que luchar, presentándolo simplemente como un mercenario al que solo movía el interés por sobrevivir, independientemente de si lo hacía del lado cristiano o del musulmán. En primer lugar, el Campeador defensor del cristianismo desaparecía si esa sentencia era cierta (…) Además, el Cid podía ser considerado traidor al haber entrado en combate con los ejércitos a los que antes pertenecía y haciéndolo, para más deshonra, al servicio del principal enemigo de la fe católica. Y por último, aceptar que el Cid había sido un mercenario desacreditaba, no ya en el plano individual al mismo personaje, sino a un nivel más general, un jalón esencial del carácter nacional».
«Pero aunque hubiera muchos cides sólo existe un héroe nacional en España (y más concretamente en Castilla): el Cid, guerrero cruzado que libró batallas de reconquista por el triunfo de la Cruz sobre la Media Luna y la liberación de la patria del dominio moro. Pero en ese aspecto, existe una falta de conexión entre la realidad del siglo XI y la mitología posterior. En la época del Cid había muy poco sentimiento de nacionalidad, cruzada o reconquista en los reinos cristianos de España. Como veremos más adelante, el mismo Rodrigo estaba dispuesto a luchar junto a los musulmanes contra los cristianos como a la inversa. Era su propio señor y luchaba en beneficio propio. Era, pues, un soldado mercenario. En su uso actual, el término “mercenario” tiene connotaciones peyorativas; es cierto que los mercenarios de hoy en día —los del África postcolonial, por ejemplo— no constituyen un grupo digno de imitación. De igual modo, es muy posible que sus predecesores del siglo XI tampoco fueran personajes especialmente atractivos. Por tanto deberíamos evitar tratar la figura del Cid de un modo romántico. Sea como fuere, en este libro el término “mercenario” será empleado en el sentido de “alguien que presta sus servicios a cambio de una paga”. El Cid vivía de la guerra: era un soldado profesional. Y desde luego muy afortunado; más que muchos y sólo menos que muy pocos. A partir de un origen modesto en la aristocracia de Castilla la Vieja, prosperó de tal modo que acabó su vida como gobernante independiente de un principado conquistado por él mismo en Valencia. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo y por qué la leyenda póstuma le transformó en lo que no había sido en vida? ¿A qué se debe que la imagen así creada mantenga su vigencia en la mitología nacional española? (…) Nuestro razonamiento de partida es que la figura del Cid sólo puede ser interpretada de un modo correcto dentro del contexto de su propia época y con ayuda, únicamente, de las fuentes que le son contemporáneas».
«Sin embargo, se considera que tomar ambos sentidos acríticamente termina por generar más interrogantes que certezas, incluyendo los siguientes: ¿Acaso la condición de extranjero tiene para un combatiente la misma connotación en los tiempos de las polis griegas o de los feudos medievales, que en el Estado-nación moderno? ¿Constituye la remuneración o los incentivos económicos a los soldados regulares un paso hacia el mercenarismo? ¿Son mercenarios aquellos combatientes que se dan al saqueo, amparados por las órdenes de sus superiores? Estas inquietudes obligan a recurrir a un análisis etimológico del mercenarismo, del cual se infiere la complejidad para brindar una definición unívoca de este si no se quiere correr el peligro de convertir este término en algo ahistórico, ajeno a la especificidad de cada era y de cada contexto en el que ha sido utilizado».
A continuación Ureña-Sánchez identifica varias aproximaciones conceptuales (Mockler, Singer, Contamine, Hampson) que pretenden dotar al concepto de «mercenario» un tratamiento ahistórico; mientras que otros autores (Thomson, Percy) luchan por superar las limitaciones autoimpuestas por los anteriores, y lo hacen rechazando precisamente una definición cerrada o reduciendo sus elementos constitutivos. Lo que se va definiendo, parece, es la sensación de que, históricamente, el mercenariado es un fenómeno muy complejo y dependiente del contexto temporal propio; que en lo jurídico ocurre otro tanto, como es natural conforme evolucionan los marcos de derecho; que desde el punto de vista social —como causa y a la vez consecuencia de lo anterior—, en cada momento se crean, modifican, recuperan o eliminan las connotaciones que lo acompañan; que, desde una óptica ética, las variables anteriores determinan figuras distintas en cada época e incluso hay momentos en que el mercenariado puede gozar de distintas consideraciones (en el sentido de que las hay positivas y negativas que coexisten). De hecho, Ureña-Sánchez (pág. 51 y ss.) termina por considerar que un mercenario es todo experto militar que reúne tres rasgos distintivos —y tremendamente cambiantes— basados en la externalidad del individuo respecto de la ideología, la política y la geografía.
Todas estas particularidades jurídicas temporales pueden resumirse mediante la máxima Cuis tempora, eius ius: a cada tiempo su derecho. Nada más lógico cuando se habla de distintas realidades históricas, cada una con su propia organización política, sus normas, mecanismos sociales y mentalidades.
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