Ya hemos visto
que el término es de origen latino, pero no así el concepto, al menos en
general. Antes de la aparición del vocablo «mercenario» (y también después) a
los guerreros que luchaban por estipendio se los conocía por otros nombres, y cuando
se dio uso a «mercenario», no fue específicamente para referirse a la milicia.
En El mercenariado en
la Grecia Antigua, Margarita Durán distingue hasta tres vocablos con los
que los griegos designan «la situación de mercenario»: Xenoi (que incide en la condición de extranjero), misthoforoi (cuya posible diferencia con
los anteriores sería su enrolamiento a título permanente) y stratiostoi (que indicaría una
equivalencia con la profesionalización). Presentados los términos, analiza el
concepto: Aymard indica que el soldado profesional (por oposición al
mercenario) lucha en el ejército de su país y de su soberano, y arriesga la
vida en una causa elegida por él, mientras que «el mercenario, obligado por su
contrato, acepta el eventual sacrificio de su vida sin estar jurídicamente
obligado ni sentimentalmente incitado a correr tal riesgo». Yvón Garland
establece pocas diferencias, pues tanto el soldado-ciudadano como el mercenario
encuentran en la guerra una actividad lucrativa, y considera el «ardor
patriótico» algo muy etéreo, o incluso inexistente en el caso de campañas en
defensa de aliados. Marinóvich tampoco traza límites claros. Sí lo hace
Romilly, «destacando el matiz ideológico que marca» al soldado-ciudadano.
Hay algo muy
juicioso, que nos debe mover a reflexión y que afirma Daniel Gómez Castro en El mercenario en el mundo griego a la luz de
los estudios contemporáneos: reflexión teórica y nuevas tesis. «El gran
problema del estudio del mercenario en el mundo antiguo es su inevitable
comparación con el mercenariado moderno». Y avisa Gómez Castro del peligro de
«dejarnos seducir por ese “fetichismo de las palabras” que tanto daño hace al
estudio de la Historia», máxime cuando la principal causa de confusión es que
no existe un término específico en las fuentes griegas para definir lo que
ahora, en sentido amplio, conocemos como mercenariado.
Sí que existe
ese término en el mundo latino, aunque no es específico. Cornelio Nepote, en su
De viris illustribus, nos habla en el
capítulo XX (Timoleón) de «milites mercenarios» —en nota de Alfonso Gómez Zapata a una edición de
1825, se aclara el significado de «mercenários. Que estaban á sueldo:
asalariados»—. El término aparece otra vez en XVIII (Eumenes): «mercenarii scribae»:
de los escribas a sueldo.
Y Julio César,
en De bello civili, usa aisladamente
el término, pero lo hace en un contexto que permite aventurar posibilidades.
Enumera las tropas de Pompeyo, y dice que tiene nueve legiones completas de
ciudadanos romanos: cinco sacadas de Italia, una veterana de Sicilia, otra de
Creta y Macedonia, y dos de Asia. Además reparte por las legiones, como
suplemento, un gran número de reclutas de Tesalia, Beocia, Acaya y Épiro, y
tropas restantes de la derrota de Cayo Antonio. Además esperaba que Escipión
trajera de Siria dos legiones, y aquí viene lo bueno, porque en estas dos
legiones había «sagittarios, ex Creta, Lacedaemone, Ponto, atque Syria,
reliquisque civitatibus tria millia numero habebat, funditorum cohortes sex, mercenarias
duas, equites septem milia»; esto es: tenía tres mil: arqueros, de Creta (o
arqueros de Creta, no queda claro), Lacedemonia, Ponto, Siria y otras naciones,
seis cohortes de honderos, dos de mercenarios y siete mil jinetes. Y sigue un
poco más adelante diciendo que «Huc Dardanos, Bessos, partim mercenarios,
partim imperio, aut gratia comparatos»; es decir: a estos se añadían los
tracios dardanios y los tracios besos, parte eran mercenarios, parte adquiridos
por poder o favor.
Por lo que se
ve, tanto uno como otro autor latino tienen claro que los soldados luchan por
diversas causas, siendo el ánimo exclusivo de lucro solo una de ellas, y en
este caso se especifica que se trata de mercenarios. «Mercenario», pues, no es
un sustantivo que funcione autónomamente para describir a un guerrero; es más
bien adjetivo que solo explica de qué tipo de guerrero se habla, igual que
puede explicar a qué tipo de escriba se refiere el texto.
Es posible,
rastreando el registro escrito, encontrar el término en otras lenguas a lo
largo de la historia, aunque no en la época del Cid. Parece ser que en inglés
ocurre lo mismo que en italiano, francés y español, con la evolución del
concepto, aunque el término se encuentra antes. El Oxford English Dictionary informa de que la primera evidencia de
uso de la palabra «mercenary» es de entre 1387 y 1395, por el poeta Goeffrey
Chaucer. Existe la posibilidad de que el término aparezca en El príncipe, escrita en el siglo XVI, si
bien solo he tenido acceso a ediciones en italiano moderno —cabría comprobar
qué término usó Maquiavelo en su italiano vernáculo—. En cualquier caso, en la
versión en italiano moderno se usa en femenino y como adjetivo, para referirse
a las clases de tropa.
Conviene ser
precavido, porque en caso de traducción es más fácil caer en esta suerte de
presentismo lingüístico. Uno de los autores que más rabiosamente ha atacado al
Cid fue Reinhart Dozy, e incluso cobró fama en su día la rivalidad a cuenta de
este hecho con Menéndez Pidal, que llegó a decir que escribía «contra una
corriente de cidofobia que había tenido graves negligencias en el acopio de las
fuentes y había cometido multitud de errores al interpretarlas y acoplarlas».
Menéndez Pidal se tomaba esto como una empresa personal, por supuesto.
Consideraba al Cid uno de los mayores héroes españoles y luchaba por preservar
su dignidad. La verdad es que ni una cosa ni otra deberían suceder, al menos
cuando hay historiadores metidos en el ajo, ¿no?
Pero vamos al
resbalón lingüístico. Al parecer, en 1844, Dozy nos regaló su visión del
personaje a través de la crónica de un coetáneo del Cid, Ibn Bassam. Es algo
curioso leer en 2003 esto, en Mío Cid al
servicio y señor de los musulmanes, de Paulina López Pita, profesora de
Historia Medieval en la UNED, citando a Ibn Bassam: «Ese Cid asoló de la manera
más cruel una provincia de su patria; ese aventurero cuyos soldados pertenecían
en gran parte a la hez de la sociedad musulmana, y que combatió como verdadero
mercenario, ora por Cristo, ora por Mahoma, preocupado únicamente por el sueldo
que había de percibir y del botín que podía pillar».
Ahora va uno a
la obra de Dozy, Recherches sur
l’histoire et la littérature de l’Espagne pendant le Moyen Âge, que es de
donde ha salido ese texto, y lee: «Un chevalier espagnol du moyen âge ne
combattait ni pour sa patrie ni pour sa religion: il se battait, comme le Cid,
“pour avoir de quoi manger”, soit sous un prince chrétien, soit sous un prince
musulman, et ce que le Cid a fait, les plus illustres guerriers, sans en
excepter les princes du sang, l´ont fait avant et aprés lui».
Es decir, que
el Cid se bate para tener qué comer (pour
avoir de quoi manger). ¿Dónde está la expresión «mercenario»? En ningún
sitio. ¿Es una traducción torticera o se hace presentismo sin querer? Y conste
que aún no llego al fondo de la cuestión, que sigo hablando de términos y
conceptos lingüísticos. No voy a entrar en que Dozy califique al Cid como chevalier espagnol, pero no me resisto a
soltar esto: ¿sabéis qué es curioso? Que los que niegan la Reconquista porque
esa palabra, «reconquista», no se usaba en la Edad Media, son casi
matemáticamente los mismos que insisten en tachar de mercenario al Cid. Ah, qué
época la presente, en la que la literalidad ha ganado la partida a la
inteligencia, a la sensibilidad y al sentido crítico... cuando interesa.
Tolkien estaba convencido de que las palabras creaban la realidad. Eso tiene su
parte bonita, muy de luz refractada —los oriundos de la Comarca me entenderán—
pero también trae contrapartidas, como la posibilidad de manipular la historia
mediante el dominio político del relato y por la mutación artificiosa de la
lengua —y aquí los que me entenderán son los damnificados por el Ministerio de
la Verdad—.
En fin, no
considero que haya sido exhaustivo con esto, pero vale para hacerse una idea. No
podemos saber si existe una relación de causa y efecto entre estos usos del
término desde el siglo I, sus apariciones aisladas e imprecisas en lenguas
foráneas y la sacudida lingüística del XIX en España. No podemos saber si esa
sacudida llegó desde Italia o desde otro lugar. Lo que sí sabemos, salvo prueba
en contrario, es que el término «mercenario» desaparece de nuestro registro
escrito en cuanto a relación con la milicia, y durante ese lapso —que dura como
mínimo hasta la Baja Edad Media— tampoco se le encuentran connotaciones
negativas. Y esto es algo que durará hasta la modernidad, cuando empieza a
asentarse el concepto de «mercenario» que tenemos ahora.
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