Venganza de Sangre en Valencia (Bibliocafé)

Invitación al acto creada por Jordi Mateu

19 de diciembre, domingo, y la venganza llegó a Valencia.


Asistentes a la presentación. Fernando, Txema, Gabriel, Miguel, Germán, Nuria, Eva, Fany...
... y Miguel ángel, Luis, José, Sally, Carmen...

No resultó fácil encontrar un rincón en la agenda del Bibliocafé. El local es ya un referente literario en Valencia, y las presentaciones, charlas y talleres se suceden casi a diario, sin apenas descanso. Entiendo perfectamente que, por mucho que a uno le guste el tema, no se puede acudir a todo. Y si la presentación es en domingo, apaga y vámonos.

El maestro Postegullo en plena faena.
Lo mismo en el senado republicano, en el campo de Zama o en el Bibliocafé, él domina la escena

Y sin embargo allí estaban. Llenando el Bibliocafé. Sin sitio para sentarse. Acudieron a la cita, como esperaba. Mi familia, compañeros de trabajo, amigos y otros muchos desconocidos. Aquí y allá caras sonrientes. El germen de una nueva generación de escritores valencianos, brotados de la pócima mágica: une varios dientes de dragón, el L’Iber, una ristra de bonitas historias que contar, un par de buenos maestros de literatura creativa, y añade ahora el Bibliocafé.

Los espíritus del rey de Aragón y de su consejero poseyeron los cuerpos de Bernardo y Jordi durante la presentación. El exorcismo de los aplausos devolvió a los cuaderneros al siglo XXI.

Empezó la sesión José Luis, el inventor del lugar, con una cita del recién premiado Vargas Llosa, para a continuación recordar cómo nos conocimos, y cómo de uno de esos talleres mágicos brotó, bendecido por Santiago Posteguillo, el Cuaderno Rojo.

Otra perspectiva de los asistentes. Ahí están Yaiza, Ana, Alejandro, Santi, Josep, Belén, Raúl, Uchi, Marisa, Loreto, Pili...

Siguió mi presentador, el propio Santiago, a quien había sometido a la acuciante prueba de leer Venganza de Sangre en tiempo record —retrasando, por cierto, su trabajo en la creación de la cuarta novela tras la trilogía de Escipión, perdónenme sus miríadas de fieles lectores—. Santiago estuvo como siempre: impecable. Insisto en que es inevitable aprender cuando se le escucha, hable de lo que hable. Comenzó aludiendo al fuerte aval de mi prologuista, José Luis Corral, y continuó haciendo referencias a otros autores —que no repetiré, aunque me enorgullecieron a más no poder— y a sus novelas de aventuras y de venganza, al Bildungsroman y a las reminiscencias homéricas, momento en que derivó hacia los duelos singulares y el sentido del honor.

Más público: Miriam, Enrique, Fiona, Bernardo, Enrique, Marina, José, Beverly... Y más aún: Ángel, Edu, Alfredo, Bego, Casas, Evita, Mariajo, Vicente...

A esas alturas yo no podía evitar echar la vista atrás, a otros momentos relacionados con mi afición a la novela. No podía evitar comparar aquel ambiente de camaradería, buenos deseos, rostros orgullosos, muestras de amistad… con otros momentos pasados. En lugares en los que, en buena lógica, debería haber encontrado eso mismo pero no lo hallé. Ahora. Ahora es cuando me sentía en casa. Por eso empecé mi turno muy emocionado, y en la lista de agradecimientos tuve que cortar para no montar la escenita, je, je…

Firmando a todo trapo.

Lo mío fue puro trámite, pues lo importante ya estaba dicho. Me limité a delinear la trama y las subtramas, hasta que en uno de esos hilos argumentales se me ocurrió preguntarle al rey si no era verdad que la sombra de sus antepasados pesaba sobre él…, y el rey, Jaime II de Aragón, se levantó de entre el público y respondió. Y su principal consejero, don Gonzalo García, se alzó desde otro lugar, y mostró al monarca el camino que debía seguir para que su nombre figurara en la historia con letras doradas. Fue un momento especial que gustó mucho a los asistentes y que a mí me encantó.

Marisa, Ian, Sonín, Juan, José, Enrique...

Al final, las firmas. Muchas, la verdad. Más que nunca. Y con gusto y agradecimiento. Y de repente unas manos que tapan mis ojos. Sorpresita, se oye. Y ahí está: la tarta. Tarta hubo para todo el que quiso quedarse tras las firmas —fue bastante gente—, y de hecho sobró. Una pena cortar la obra de arte repostera, pero es que además estaba bien buena.

Toni, Elenita, Juan, Raúl...

Después, como viene siendo ya costumbre, el parloteo y la cena cuadernera de rigor. Y acabamos a horas no decentes para un domingo —que el lunes se curra—, charlando Alejandro Mohorte y yo sobre retos entre reyes y emperadores que luchan en el circo.

El cuaderno rojo y sus padrinos: Enrique T., Elena, Marina, José Luis, Enrique H., Jordi, Santi, Antonio, Bernardo, Raúl, Joana, Santiago y yo. Apenas hecha la foto, nos lanzamos sobre la tarta desesperados.

Magnífica jornada, en fin. Buen impulso para las velas de la armada aragonesa que ahora ya cruza el Mediterráneo bajo el estandarte de Roger de Lauria, o para la caza de ese miserable almogávar que las pagará todas juntas, o para conseguir la empresa que nos hará recordar por siempre a Jaime II.

Pedazo de tartaaa...

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